Carmen Pérez Meyer (Valdivia, 1955) es una conocida artista plástica que después de vivir durante muchos años en Chillán radica ahora en Santiago, donde dirige un taller de pintura. Ha presentado sus obras desde mediados de los años ochenta a través de numerosas exposiciones en Santiago y provincias, como también en el extranjero. Ahora, después de casi veinte años de dedicación a la plástica, ha querido incursionar en el ámbito de la literatura publicando recientemente su primera novela, ambientada en los alrededores del lago Llanquihue.
Pensión Leonor desarrolla la historia de una genealogía femenina de ascendencia alemana que se inicia con la llegada a nuestro país de Pedro Wilhelm y su esposa en 1912. Años más tarde, del matrimonio de su hijo Guillermo nacen dos niñas: Beatriz y Leonor. Esta última, casada con Héctor Santelices Kramer, asumirá la función de núcleo de la narración en cuanto a que su comportamiento y sus decisiones dan origen a las desgracias que sus descendientes sufrirán a lo largo de dos generaciones sucesivas: la de su hija Margarita, una joven dotada de sobresaliente sensibilidad y talento artísticos que se enamorará del pintor italiano Enzo Lombardi, y la que ocupa el momento presente del relato, constituida por la presencia de su nieta Elisa, hermosa muchacha que trabaja como guía turística de la zona y que a su vez también establecerá una avasalladora relación sentimental con Joaquín, un exitoso pintor nacional. Basta, pues, con hacer una breve síntesis del argumento de Pensión Leonor para comprobar que estamos en presencia de una novela escrita con mano y sensibilidad de mujer y de artista plástica. Pero en este sentido la novela es más explícita. La larga y compleja historia familiar es relatada por una voz femenina que se ha desembarazado de los esquemas patriarcales para instalar a la mujer como eje conductor de los acontecimientos, ya se trate de fortunas o de adversidades. Su mirada, además, privilegia personajes y ambientes culturales que pertenecen al mismo mundo del arte desde donde ella escribe, aunque honestamente dicho a veces nos entrega informaciones que bien podrían suprimirse sin afectar para nada el desarrollo del relato. Pero aparte de esta debilidad, consecuencia del entusiasmo artístico de la autora que se esconde tras la voz narrativa, es sin duda digno de destacarse su indudable propósito de utilizar una escritura de carácter pictórico de establecer lo que alguna vez se denominó correspondencias de estilo, para provocar en el lector un efecto de admiración y embeleso ante la belleza de los paisajes sureños donde ocurren la mayor parte de las peripecias.
Contemplada en su conjunto, la estructura de Pensión Leonor revela algo obvio: que en la técnica del relato Carmen Pérez Meyer no posee la experiencia ni la pericia que exhibe como artista plástica (he admirado sus pinturas en internet). Su lenguaje no posee la indispensable fluidez que otorga agilidad a un relato que quiere ser puntilloso y ama los detalles: su excesivo abuso de las comas, por ejemplo, caracteriza el estilo de muchos narradores principiantes. La construcción del argumento es asimismo un tanto atípica para nuestros días. El motivo del amor conduce el desarrollo de la genealogía, pero interpretado de una manera romántica, con misterios incluidos, bastante tradicional. Los amantes ya se trate de Margarita y Enzo o de Elisa y Joaquín están destinados a la felicidad o al fracaso según sean capaces de superar los obstáculos que las separaciones físicas, las debilidades humanas que ellos mismos exhiben o las intercesiones de terceros ingenuas y bien intencionadas en algunos casos, o malignas y perversas en otros, oponen en su camino. El lector no encontrará escenas de ardiente erotismo ni de explícita sexualidad, comunes hoy en nuestra narrativa; por el contrario, los sentimientos y las pasiones son definidos por las palabras de los personajes o de la voz narrativa.
Pensión Leonor ofrece una atmósfera de frescura que hace olvidar sus debilidades de estilo y ganará la simpatía de muchos lectores.