Vivimos seducidos por los políticos y por el Estado. Más en el año que termina, por las promesas del nuevo gobierno.
La mayoría -según las últimas elecciones- esperaba del Estado la solución de sus problemas, incluso que fijara las dietas digestibles y las horas de sueño. La minoría esperábamos que el Estado se entrometiera lo menos posible: que se hicieran reformas bien elaboradas para cambiar lo inaceptable: la pobreza, la inseguridad, la incultura y la salud pública. Casi todos, dispuestos a pagar más impuestos para esos propósitos.
Unos y otros terminamos el año decepcionados por un Estado ineficaz, voraz y cada vez más intruso.
El Estado de inclusivo tiene poco: nos divide entre los que lo creen un monstruo que ahoga y los que esperan que sea la panacea. Hay muchos convencidos de que la prosperidad, la educación, la salud, la producción, la información y el empleo dependen y deben ser prestados por el Estado. Sacaron la retroexcavadora para abrir espacios a un Estado interventor en casi todas las actividades, hasta en las más íntimas.
Este año el Estado fue incapaz de mejorar el bienestar de los chilenos. El próximo sería mejor si el sistema público es más amigable con los privados. El 2014 fracasó en la seguridad ciudadana: la delincuencia se disparó. Tampoco permitió que la economía ofreciera más empleos. A pesar del aumento de miles de funcionarios públicos, se han destruido decenas de miles de trabajos en el sector privado. Menos se consiguió agilizar los servicios hospitalarios públicos, las inversiones y los emprendimientos privados.
La gran reforma que el país necesita es la reforma del Estado, partiendo por la educacional, que sigue un curso doblemente preocupante, miope e ideologizado. En vez de apuntar a la calidad de la enseñanza, a la formación y las condiciones del profesorado y a fortalecer la educación pública y privada, se optó por desarticular y restar libertades para la enseñanza particular. Es que mejorar la calidad de la educación toma años y no rinde votos en el corto plazo. El financiamiento para los cambios educacionales ha concluido en una carga tributaria casi insoportable para los contribuyentes, y laberíntica incluso para los contadores y tributaristas. Tendremos que contratar supuestos especialistas para llenar formularios que antes completábamos con alguna simplicidad. Sabemos que el Estado también ha debido contratar expertos extranjeros para la implementación de la entelequia tributaria. Ni los funcionarios del Servicio de Impuestos Internos la entienden.
Mis peticiones para 2015 son muy simples: primero, ganar en La Haya, y segundo, mejor y menos Estado. Así podremos mejorar la convivencia, la calidad de la educación, la salud y la seguridad pública, más empleo, cero falla en el Metro y... agregue lo que usted quiera. Muchas felicidades.