Es muy importante para la estabilidad y la sensación de pertenencia en las familias que las tradiciones se mantengan. Porque entonces la vida es más que el presente y los proyectos, hay también un pasado que nos da forma y consistencia, que hay que conocer, conservar y compartir.
También es importante poder soltar y hacer cambios acordes con los tiempos. Cada cultura y cada época trae cambios a veces rápidos y no siempre queridos. Muchos padres querrían mantener mandatos que hoy parecen imposibles para los más jóvenes. Y adaptarse a los tiempos y confiar en la historia que no tiene retrocesos es un acto de madurez, pero también de sobrevivencia.
Muchos colegios particulares mantienen tradiciones de graduación de sus alumnos que no tienen nada que ver con los tiempos. Me refiero, por ejemplo, a la ceremonia en que los hijos comen con sus padres y estos deben bailar juntos como en el vals tradicional de los matrimonios. Parece una linda costumbre, pero deja de serlo cuando la proporción de matrimonios separados es cada día más alta.
Sufren los hijos, los padres, las parejas nuevas de los padres. ¿Para qué? Porque así es y no se cambian los ritos.
Las separaciones en los sectores medio altos suelen ser difíciles. Los abandonos, los dineros, las casas, la distribución del tiempo con los hijos, las responsabilidades, son la mayoría de las veces duras y hasta violentas. Los hijos lo saben, lo ven, lo sienten. Y por supuesto que los padres que ya han tenido que vivir el dolor de un sueño roto, agregan a ese dolor la rabia y la distancia. Pero el colegio hace cuenta que el fenómeno no existe y somete a estas familias a una tensión, una pena, un desagrado enorme. ¿Para qué? Pasó de moda el pretender que no pasa nada cuando ha pasado todo.
Las graduaciones deberían ser fiestas de los graduados, y los padres meros acompañantes de una ocasión tan simbólica. No es la familia, es cada padre que celebra.
Si diciembre es un mes de mucha depresión y tristeza para muchos, los colegios podrían alivianar la carga.
Pedimos un acto humanitario, no una declaración de principios.