Imposible no emocionarse con el final de "Los 80", y no solo por el homenaje que la producción quiso rendir en pantalla a la familia chilena, volviendo a reunir a Ana y Juan y a todo el clan Herrera en el desenlace de una historia que se volvió entrañable durante sus siete años. La emoción viene desde el apego, desde el cariño que sentimos por esos personajes que nos hicieron sentir representados -como pocas veces en televisión- y desde la nostalgia que nos queda ahora que sabemos que no los veremos más.
Por lo mismo, era esperable que con el último capítulo de la serie más importante de la última década no todos quedaran conformes -bastó echar una mirada al debate en las redes sociales-. Los Herrera llegaron a convertirse en nuestra propia familia y, como suele pasar en las familias numerosas, nos sentimos con todo el derecho a opinar y a querer saber qué pasa con cada uno. En eso el episodio final quedó en deuda ya que, en menos de una hora, intentó resolver los destinos de todos los personajes, apelando a recursos como la revisión de fotografías -para informarnos sobre lo que había pasado en las últimas décadas- o a un contacto vía Skype con Nancy y Exequiel donde nos enteramos de que siguen juntos y que Brunito -uno de los pocos personajes que no vimos en versión madura- fue papá.
¿Qué pasó con Martín? ¿De quién son los siete nietos de Juan Herrera? ¿Cómo fue que Ana se reconcilió con Juan? ¿Qué ocurrió finalmente con la herencia que Don Genaro le dio y luego le quiso quitar a Petita? Son algunas de las interrogantes que quedaron en el tintero. Algunos dirán que eso es obvio, que los guionistas tienen que hacer una opción -en este caso, por la pareja protagónica- y que en televisión no todo se muestra, también se sugiere o se deja a la imaginación del espectador. Pero tratándose de "Los 80" valía la pena darse un tiempo para sellar en los capítulos anteriores el destino del resto de los personajes. Eso no le hubiera restado suspenso y emotividad al capítulo final, y el público duro lo hubiese agradecido.
La reconciliación de Ana y Juan también era predecible. Quizás demasiado, aunque los guionistas jugaron, de manera formidable, a hacernos pensar lo contrario hasta último minuto. Si incluso Ana en sus palabras de Año Nuevo le dijo a sus hijos que como familia "tenemos que aprender a querernos de otra manera". Haberlos visto como tanta familia chilena separada tal vez hubiese sido más coherente con ese discurso y con la misión de reflejar el Chile de hoy. Pero esto es ficción, y en la ficción el amor y el perdón casi siempre se imponen, más aún en una serie que habló de odios y de la reconciliación de todo un país con su historia.
"Los 80" es mucho más que el debate sobre el episodio final. Es la confirmación de que la televisión abierta puede producir series de calidad, que es capaz de generar identidad y de resucitar la tradición de reunir, como en décadas pasadas, a la familia chilena frente al televisor.