Encumbrados por una semana estuvieron las presidentas y presidentes latinoamericanos. Como si no experimentaran problemas en sus países, prefirieron concentrarse en las cumbres de Unasur, Iberoamericana y la del Cambio Climático (COP20). En los próximos días viene otra, la de Mercosur, en Buenos Aires.
Son cerca de un centenar las cumbres presidenciales que no se sabe para qué sirven ni a quién le importan. Solo sabemos que tienen costos millonarios. Son diplomacias fallidas, provenientes de organismos disfuncionales como Unasur, Mercosur, CAN, Sela, Celalc, Aladi y ALBA. Fundados para promover la integración y la democracia, han concluido en instrumentos del fracasado socialismo del siglo veintiuno, controlado por autócratas que quieren gobernar a perpetuidad.
Con razón, la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, afirmó recientemente en Santiago que "los mecanismos de integración regionales, como Unasur, ALBA y Mercosur, son como un gran plato de espaguetis y deben rejuvenecerse". Con impudicia replicó el secretario general de Unasur, Ernesto Samper, afirmando que "no tiene autoridad moral para darnos recomendaciones". "Es como Drácula manejando un banco de sangre", señaló. El moralista Samper fue investigado de haber recibido seis millones de dólares del cartel de narcotraficantes de Cali para su campaña presidencial. También se le revocó la visa para ingresar a Estados Unidos. Durante su presidencia, por su falta de cooperación en la lucha en contra del narcotráfico, Colombia perdió beneficios para sus exportaciones. Para liderar Unasur fue elegido recientemente y sin oposición.
¿Y qué pasó en la Cumbre de Unasur de esta semana? Lo más significativo fue la inauguración de un monumento a Néstor Kirchner, su primer secretario general. El otro hito fue la instalación de la elefantiásica sede de Unasur en Quito, que costó varias decenas de millones dólares. La Cumbre prefirió ignorar la grave situación de Venezuela y contó con una gran asistencia de mandatarios, lo que no ocurrió días antes con la Cumbre Iberoamericana, boicoteada por Brasil, Argentina y los integrantes del ALBA, desinteresados en agendas realistas sobre educación e innovación.
A futuro nuestros mandatarios ya no deben sentirse forzados a participar en estos encuentros; deben ser selectivos y dar prioridad a la Alianza del Pacífico, que nos asocia a Colombia, Perú y México, que tiene reconocimiento e interés extracontinental por haber logrado en dos años más integración que en los veintitrés del Mercosur, que en los treinta y cuatro de Aladi, que en los casi cuarenta del SELA y en los cerca de setenta de la OEA.