Último en el pasado campeonato, penúltimo en la tabla de promedios. El presente es malísimo, lo que no garantiza que más adelante pueda ser peor.

Cobreloa es un drama creciente y, a la vez, un reflejo de la decadencia de una institución con bases sólidas que se fue al carajo a causa de una administración alejada voluntariamente de los objetivos deportivos, el "core business" del club, y decididamente empujada a una doctrina productiva homóloga a la de su "matriz", Codelco.

La necesidad financiera de la estatal de desviar los recursos que le proporcionaba al club a otros destinos es la explicación cardinal del constante despotenciamiento de Cobreloa desde hace más de una década.

Una razón que pudo haber tenido un rumbo justificado en la medida que fuera compatible con una política de sustentabilidad, si es que de verdad para Codelco su gran y exclusiva vitrina deportiva era una prioridad, por lo menos para la comunidad de Calama.

Aunque ha faltado tiempo (no ganas) para hacer todo mal, sí ha sido suficiente para que Cobreloa sufriera una descomposición institucional que deterioró su prestigiosa historia y su potente imagen externa.

Asumir la presidencia o un cargo directivo no fue un espacio reservado solo para los más capaces y entusiastas, de hecho para varios fue una condición obligada por las circunstancias profesionales.

Llegar a jugar por los loínos ya no fue una ambición de cualquier futbolista y llegar a enfrentarlos en casa dejó de ser un desafío supremo. Ni hablar de dirigir técnicamente a los mineros: más de una vez ha asumido el más barato y menos exigente.

Cobreloa está jodido de adentro porque, en la lógica industrial de sus directivos, se extravió el sentido esencial de competitividad que tuvo en su origen; porque los filtros de selección se relajaron en la captación del recurso humano idóneo; porque al interior de su dirigencia no hubo capacidad de consensuar una directriz estructural que se adecuara a la llegada de las sociedades anónimas deportivas; y porque se sigue creyendo que la hinchada local se mantendrá fiel aunque las campañas sean lastimeras, sin considerar las actuales bajas en las curvas de asistencia y de representación.

De nuevo la apuesta de salvataje institucional está ciegamente orientada a la conducción técnica, como si la enfermedad del club tuviera un germen futbolístico enquistado en el liderazgo del equipo.

Y si bien no sería descartable que este moribundo recuperara el aliento y saliera de su condición crítica, su destino a mediano plazo está fatalmente escrito mientras quienes mandan sigan obstinadamente creyendo que con el nombre y la historia alcanza.