Para quienes amamos las conversaciones y los libros, dos malas noticias nos golpearon en estas últimas semanas: la muerte del filósofo y gran maestro Humberto Giannini y el cierre de la librería Ulises en Providencia. Con esas dos pérdidas -aparentemente no relacionadas-, se termina un mundo de conversaciones. Giannini murió conversando: contestó la última pregunta del entrevistador que fue a visitarlo a su casa y en ese momento perdió la conciencia para siempre. Final coherente para un pensador que aquilató la importancia vital que la conversación tiene en nuestras vidas, al punto de dedicarle un capítulo entero en su libro "La reflexión cotidiana". En él afirma que "conversar es acoger, un modo de la hospitalidad humana". A diferencia del diálogo (tan importante en filosofía), la conversación debe renunciar a las exigencias y propósitos de este, y ser abierta, no programable, conducir a cualquier parte. Además, está regida sin contrapeso por el simple placer de conversar. Y para que la conversación sea posible -piensa Giannini- deben crearse estas condiciones mínimas: un tiempo libre y un espacio aquietado "y al margen del trajín". Por eso este Sócrates "callejero" -que bajó la filosofía del Olimpo para hacerla pensar nuestra cotidianidad- consideraba que la conversación era el acto de transgresión mayor de la rutina y alienación que gobiernan gran parte de nuestras horas. En la conversación cara a cara acogemos al que quiere contarnos algo, y somos a su vez acogidos, el tiempo se suspende y lo que se realiza es la experiencia de un presente cargado de la magia del encuentro con un rostro, una historia, una voz. ¿Y qué tiene que ver la librería Ulises con todo esto? Las librerías son lugares sagrados de las ciudades, tan axiales como los bares o los cafés para el cultivo de las conversaciones gratuitas. Estas ya casi no se dan en la Academia, atrapada también por el pensar calculante. Raúl Ruiz dijo que la mejor filosofía -la más vital- se hacía en los bares. En la librería Ulises -cuyo nombre evoca extravíos y regresos- fuimos acogidos por casi dos décadas por la hospitalidad de sus dueños y libreros. Nunca olvidaré las derivas de tantas conversaciones que partieron hojeando un libro y terminaron llevándome a "puertos nunca vistos". La librería Ulises fue un hogar para miles de lectores huérfanos: ¿no padecemos todos los lectores de una orfandad original que nos lanza a buscar amigos en las páginas de todas las latitudes? Ulises, el héroe griego, añoraba regresar a su domicilio. La librería Ulises fue además de un domicilio, un confesorio, una barra abierta donde muchas veces nos embriagamos de literatura conversada. ¿Cómo no guardar gratitud por quienes la mantuvieron abierta todos estos años como una Odisea contra los monstruos de hoy, el mercantilismo y el pragmatismo sin alma , que devastan la posibilidad de la "experiencia común", que tanto importaba a Giannini? A pocos pasos de Andrés de Fuenzalida, la calle de la librería Ulises, se levanta un "mall", el espacio que privilegia la desmesurada circulación por sobre la intimidad y la cercanía de la conversación. Una librería es lo opuesto y reúne lo que más necesitamos hoy: conversaciones, lecturas y encuentros. Para resistir al extravío de una hipercomunicación fragmentada, para volver a encontrarnos y conversar, los vivos y los muertos. Quevedo cuando leía sentía que vivía "en conversación con los difuntos". Creo ver a Humberto Giannini espiando la vitrina de la librería Ulises, sonriendo, una tarde de invierno cualquiera. Lo veo con una flor en la mano. ¿Por qué no dejar cada uno una flor a los pies de esta querida librería muerta?
No me cansaré de tirarles flores a las librerías que resisten. A las que mueren y nacen. ¡Flores para la Ulises, muchas flores! No dejaré de tirarle flores a nuestra librería -nuestra Itaca-, aunque las sirenas me digan que tengo que olvidar.