El Tribunal de Disciplina, el mismo que sospechosamente dilató la entrega del dictamen, ha sido magnánimo con Julio Barroso. Ocho fechas de suspensión no reparan el daño que sus declaraciones le provocaron al normal desarrollo de un campeonato, independientemente de quien gane finalmente el título. Las acusaciones que desplegó traspasaron lo anecdótico y supusieron la existencia de una asociación ilícita que nunca identificó a uno de sus integrantes.
El manchón de Barroso, en tal sentido, es imborrable; y la afrenta, memorable. Pero el argentino no fue el único que en este episodio debe pagar sus culpas...
Colo Colo, la institución que presuntamente se había visto perjudicada por el complot denunciado por Barroso en su alocución, aún no ha sido capaz de establecer su postura al respecto. Salvo por el respaldo legal que Blanco y Negro le ha prestado a la defensa, ni los directores de la sociedad anónima deportiva ni sus máximos representantes se han manifestado taxativamente si comparten o rechazan las imputaciones. Todo lo emanado por los propietarios del club ha sido hecho mirando de reojo, calculando los riesgos, de espaldas a la opinión pública, incluso al hincha que compra al contado y sin cuotas todo lo que dicen sus jugadores, porque primero que todo, incluso antes que su sentido común, está "el albo campeón".
Frente a la impasibilidad directiva, los compañeros de Barroso se han empoderado a un nivel superior que parecen ser los reales propietarios del club. Desde que el defensa habló, el plantel de jugadores ha establecido la nueva doctrina de conducta social y dictado las políticas comunicacionales, desde lo que se puede decir a lo que se debe callar. O en otras palabras: cuándo y de qué manera apoyar a Barroso. Un fenómeno que en Colo Colo no se presentaba hace varias temporadas y que solo terminó cuando hubo un descabezamiento de facto de los caudillos.
Héctor Tapia, el entrenador que todavía sigue pensando como futbolista y declarando como capitán del equipo, no ha tenido la madurez ni visión de liderazgo para detener el espiral conspirativo que se le apareció a su cuadro como un espejismo en pleno desierto. El DT tampoco ha ejercido ascendencia para acabar con la victimización como discurso agonal de sus dirigidos. Aquel rasgo que fue efectivo para recuperar la confianza luego de varios torneos de tristísimos rendimientos, hoy se parece a un remilgo de malos perdedores. Y Tapia, con sus silencios cómplices y gestos de autoridad solidaria, ha contribuido a que sus jugadores sigan creyendo que una entidad maligna se cierne más allá de sus capacidades.
Y para el cierre: el cuerpo de árbitros. Golpeado profundamente en lo más preciado que puede tener, su honestidad e imparcialidad, ni siquiera se ha dado por aludido ante las ofensas sin nombre y apellido que Barroso verbalizó y que sus colegas de camarín salieron a corear después. Los jueces, que tan valientes y decididos se muestran cuando tienen que sancionar a la mayoría de los clubes, en esta pasada han quedado por un grupo de funcionarios timoratos.