Breve y tajante, el discurso de la Presidenta Bachelet en el encuentro anual de los empresarios (Enade) dejó la sensación de que, por mucho que valore el diálogo y la participación, por ahora no tiene disposición alguna a modificar las reformas que en su opinión "hay que hacer". Su ministro de Hacienda había admitido más temprano que la desaceleración que sufre la economía es más severa de lo esperado y que en parte obedece a las malas expectativas reinantes. Tanto los presidentes de la CPC y de Icare, como el ex canciller Alfredo Moreno, en lúcida exposición, habían llamado a hacerse cargo de ello mediante acuerdos políticos amplios e inteligentes. Las palabras de la mandataria no ayudan a recobrar la confianza necesaria para la buena marcha de la economía nacional.
Para la Presidenta, el traspié que ha sufrido nuestra economía "no es primariamente un problema de incertidumbre producto de las reformas que hemos promovido". No concuerdan con ella variados expertos nacionales y extranjeros, incluyendo autoridades del Banco Central de Chile. La OCDE -tan escuchada en La Moneda- también ha expresado su preocupación al respecto. Aunque también hay factores externos que inciden, otros países -como Perú, por ejemplo- encaran la adversidad impulsando inversiones, combatiendo la burocracia estatal y rebajando impuestos. Que el Gobierno pretenda encaminarnos en el sentido opuesto solo ahonda el impacto de un escenario externo medianamente desfavorable.
El propósito de las reformas sería asegurar una gobernabilidad que hoy estaría amenazada por el malestar provocado por la desigualdad. Ello justificaría asumir "las inevitables divergencias" que surgen durante su implementación, afirma la Presidenta. Convendría, sin embargo, que considerara opiniones como las del decano de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile, Manuel Agosin, quien declaraba días atrás: "No podemos tener un país más justo si no tenemos inversión. El desempleo es pésimo para la desigualdad".
Chile necesita hoy -y con sentido de urgencia- despejar la incertidumbre que ha hundido las expectativas y remover las barreras que han detenido las inversiones. Es paradójico que el país cuente con una legión de hábiles emprendedores y miles de millones dólares en proyectos de inversión paralizados, los que serían capaces de poner de nuevo en marcha la maquinaria del crecimiento económico, la generación de empleos y la creación de bienestar. La amplia y precipitada escalada de reformas ha sido gravemente contraproducente. Alarma que sus responsables técnicos y políticos no aquilaten el costo económico y social de sus equivocaciones. La opinión pública ha empezado a hacer sentir su disconformidad. El Gobierno debe escucharla.