Hemos sido críticos en estas líneas con el gobierno de la Presidenta, porque no nos han gustado sus ideas y proyectos. Reconocemos, no obstante, que ella cuenta con un liderazgo importante en nuestro país que está basado en su capacidad de empatizar con la mayoría de los chilenos.
Hoy día ese liderazgo está puesto en duda. Las dificultades de su gobierno, representadas principalmente por el rechazo de la población a las reformas tributaria y educacional, han hecho surgir una pugna entre la Nueva Mayoría y la vieja Concertación. Se añora por algunos la manera no confrontacional en que la antigua coalición de centroizquierda resolvía los conflictos. Se critica la poca capacidad de diálogo de los actuales ministros que parecen empeñados en imponer, a troche y moche, su radical programa pese a la oposición de la gente. Se echa de menos la capacidad técnica indiscutida y la confianza que los principales ministros eran capaces de transmitir a la población.
Y resurgen, incluso, viejos liderazgos como el del ex Presidente Ricardo Lagos, quien representaría "la voluntad política de hacer frente a los problemas y resolverlos", en la lectura de algunos que vuelven, una vez más, a levantar su nombre como un eventual candidato presidencial.
La Presidenta se encuentra en una encrucijada. Debe tomar la decisión de continuar con su radical programa de reformas que, es un hecho, conflictúa de manera importante al país. Ello significaría desechar las críticas y considerarlas parte de los costos que inevitablemente deben incurrirse cuando se aborda una transformación de esta entidad.
O, por el contrario, Michelle Bachelet puede dar un golpe de timón, poner freno al vértigo transformador de nuestra sociedad y escuchar las voces que la llaman a corregir el contenido de sus reformas, despojándolas de elementos que definitivamente la alejan del sentir de la gente.
Su círculo cercano, probablemente, la llamará a no transar. Son ellos los responsables de haberla embarcado en este insensato proyecto que quiere poner al país patas arriba.
En materia educacional, la convencieron que la tríada fin al lucro, fin a la selección y fin al financiamiento compartido resolvería los problemas de la educación escolar. La combinación de iluminados con escasa experiencia educacional, radicados principalmente en Educación 2020, y jóvenes ex dirigentes estudiantiles ideologizados en extremo y más amigos de las consignas que de la reflexión, ha resultado letal. Tienen a la educación escolar en pie de guerra.
Convengamos en que la Presidenta ha carecido también de un equipo de primer nivel que sea capaz de asesorarla en decisiones claves de su gobierno. Que nadie en Palacio, o en Teatinos 120, la haya advertido que su reforma educacional, basada en consignas, no resuelve ninguno de los problemas importantes de la educación chilena y por el contrario crea otros de gran sensibilidad para la gente, resulta increíble. Estamos o bien ante una fatal incompetencia o ante una grave falta de honestidad intelectual para hablarle a la Mandataria con la verdad. ¿Es que nadie fue capaz de decirle a la Presidenta que la cuestión esta del fin al lucro, al menos en educación escolar, era un eslogan para cazar incautos y no una medida que pudiera tener alguna utilidad?
Porque lo que ha sucedido aquí es que los genios que elaboraron el programa de gobierno han logrado algo que parecía increíble: alejar a Michelle Bachelet del sentido común de la gente en Chile. La han despojado de su principal activo político.
Y lo siguen haciendo, alentándola a que use su capital político para sembrar dudas sobre sus motivaciones y que enfrente a la CONFEPA y a su líder Erika Muñoz, que reclama algo tan básico como saber dónde va a poder estudiar su hijo en marzo, cuestión que los incompetentes a cargo de la reforma no han sabido responder.
La reforma educacional es la madre de todas las batallas y el gobierno, apoyando su proyecto, puede obtener una victoria pírrica, que la aleje de la sensibilidad de las grandes mayorías.