En el entorno de los regímenes y entusiasmos neo-populistas, que a sí mismos se denominan "nacional-popular" o "socialismo del siglo XXI" según el caso, se escucha mucha insistencia en una política "sur-sur" (¿qué significa?) y surgen alabanzas a esa organización algo difícil de asir que se llama BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) como una alternativa o resistencia ante el primer mundo, es decir, las democracias desarrolladas, entre ellas en especial las grandes potencias, con particular referencia a EE.UU. Se ha dicho que Chile debería orientarse en esta dirección, que sería más propia de América Latina.
Estos supuestos descansan sobre una gran confusión y una no pequeña paradoja. En primer lugar, Brasil, India y Sudáfrica constituyen cada uno un caso aparte en la orientación internacional. A grandes rasgos representan sistemas democráticos, aunque la pobreza y extrema pobreza todavía tengan presencia en vastas capas de su población. Los otros dos, los que aquí nos interesan, son países que, dentro de sus diferencias, no son nada de democráticos y tienen no poco de subdesarrollo, aunque no se desconoce que en términos políticos traslucen grandes mejoras en comparación con los sistemas totalitarios que dejaron atrás. A ambos, en algún grado, también se les cayó el Muro.
El sarcasmo que implica la pretensión de identificarse con ellos radica en que, de acuerdo con el lenguaje político ordinario, ambas potencias representan propuestas conservadoras, cuando no reaccionarias (¿qué es eso?) en el conjunto de la historia del mundo moderno. La Rusia actual ofrece una síntesis de nacionalismo y cristiandad ortodoxa, economía de mercado (hipotecada por la corrupción) en lo básico, e idolatría secular al gobierno identificado con el Estado. Hay mucha más libertad que bajo el totalitarismo comunista, pero está lejos de alcanzar algunos grados de lo que consideramos Estado de Derecho. En lo internacional, lleva una lógica que recuerda demasiado a la que predominaba en la atmósfera que precedió a 1914 (no insinúo que ocurrirá lo mismo). Si volvemos a ese año, de antes de la guerra y de la revolución, el régimen actual representaría una combinación de algunos sectores liberales que postulaban una apertura del sistema zarista con otros círculos nacionalistas y ultraortodoxos que rechazaban toda reforma.
¿Habrá que insistir en que la China actual, con economía abierta, ya no es comunista? El partido, con su ideología, no cumple otra función que "el Movimiento" en la España de Franco, o en Egipto bajo Nasser la Unión Socialista Árabe: una herramienta de reclutamiento y control de la clase política. Mayor paradoja, la China que nació con Deng a partir de 1978 muy rápido llegó a parecerse más al modelo nacionalista de Chiang Kai-shek, el líder derrotado en 1949 por Mao tras una larga guerra civil, que a la utopía marxista de este último. El nacionalismo confuciano es como la verdadera ideología del régimen actual. Los emperadores chinos de la dinastía Qing o Ming podrían identificarse sin mayor problema con el proyecto actual, aunque -más paradoja- les chocaría una a sus ojos excesiva libertad, lo mismo que a un nostálgico del maoísmo.
Un espíritu conservador en lo político y liberal en lo económico, ¿debería entonces regocijarse? No mucho, porque el verdadero contenido de ideas y sentimientos como los que asociamos a liberalismo, conservadurismo y socialismo solo emerge en sus potencialidades en un libre juego en torno al Estado de Derecho y la sociedad abierta, todavía representada principalmente por las democracias desarrolladas.