De la mano de la Camerata Vocal de la Universidad de Chile, que dirige Juan Pablo Villarroel, el jueves se tuvo la oportunidad de realizar un recorrido (una fascinante exploración) por la música vocal renacentista. Villarroel eligió los "hits" más representativos de Monteverdi, Marenzio, Tallis, Gibbons, Hassler, Vecchi, Gabrieli, Di Lasso, Janequin y Gesualdo.
Cuartetos y quintetos de solistas, con diferentes conformaciones, se alternaron con el conjunto completo para demostrar la riquísima variedad de estilos que, originados en Italia, se esparcieron por Inglaterra, Francia y otras regiones de Europa. Todas las obras, cada una con su idiosincrasia, compartían una estética común: el despertar de los sentidos, propios de un re-nacimiento, escrutando los afectos básicos contenidos en un texto o en palabras particulares de él, develando sus esencias a través de la música.
Fue un hermoso concierto cuya calidad ya se evidenció al inicio con la interpretación de la célebre Sestina ("Lagrime d'amante al sepolcro dell'amata"), de Monteverdi, conjunto de seis madrigales con textos manieristas de Scipione Agnelli, que avanzan en progresión dramática hasta culminar en un mar de lágrimas ( mar di pianto ), alcanzando un sobrecogedor clímax. Llamó la atención que el quinteto solista, en una acústica nada de favorable, lograra tal nivel de afinación y equilibrio. Un magnífico comienzo que dio la pauta de lo que se escucharía en el resto del programa.
Ahí comenzó un desfile de prodigios que en ocasiones lograron interpretaciones ejemplares y resulta difícil elegir qué fue lo mejor: la ternura de Gibbons, la versatilidad de Di Lasso, el increíble expresionismo de Gesualdo, el humor y desparpajo de Janequin. De este último se escucharon sus célebres "Canto de los pájaros" y "La Guerra", en versiones virtuosas del conjunto en pleno, que realizó los onomatopéyicos "efectos especiales" con maestría, provocando la entusiasta reacción de los auditores.
El Teatro del CEAC de la Universidad de Chile no estaba lleno, pero dada su reacción entusiasta, el público al parecer estaba compuesto de connoisseurs que sabían a lo que iban y agradecían la feliz idea de armar un programa refrescante y necesario. Este concierto debería repetirse muchas veces en distintos espacios, pues conjuga la calidad con un aspecto didáctico, que permite apreciar la cúspide alcanzada en la evolución de la polifonía profana renacentista.