Una de mis películas favoritas ni siquiera es un película. Al menos, no en el sentido tradicional del término. Se titula "Louis Lumière" y Eric Rohmer la filmó en 1968, para la televisión francesa. No es una biografía de este pionero del cine, sino un extenso diálogo entre Jean Renoir, el gran maestro del cine francés, y Henri Langlois, el director de la Cinemateca Francesa. Búsquenla en YouTube: Renoir habla con la autoridad de quien conoció y aprendió directamente del mítico personaje; pero Langlois lo hace con la propiedad de quien salvó y rescató su obra para la posteridad. Y lo que tiene que decir al respecto es inmenso.
Es difícil poder dimensionar hoy el heroísmo de ese acto, porque -inmersos en el marasmo audiovisual del siglo XXI- estamos acostumbrados a la inmediatez de las imágenes, a su omnipresencia como registro; pero, cuando a mediados de los años 30 Langlois y los suyos comenzaron a rescatar todas las películas que estaban a su alcance, la noción de pasado visual simplemente no existía: las películas habían nacido como una curiosidad de feria, y más tarde se habían convertido en un enorme negocio; pero eran consideradas material desechable, fácil de reemplazar. Fue así como se perdió más del 85% de los filmes rodados durante la era muda y la cifra sería más grande de no ser por la militancia con que la Cinemateca Francesa tomó su misión de salvataje y de formación de audiencias, ya que de poco serviría rescatar cientos de cortos de los Lumière si no existía un público ante el cual mostrarlos.
Para mediados de los 60, cuando su figura comenzó a ser mirada con sospecha por las autoridades del gobierno gaullista, Langlois se había transformado en una figura única: el gran conservador y guardián de la memoria cinematográfica y el virtual padre intelectual de la generación de cineastas que había crecido al alero de las funciones vespertinas y nocturnas de la Cinemateca. Truffaut, Chabrol, Rivette, Godard y los otros le debían más de lo que estaban dispuestos a aceptar, pero reaccionaron como leones cuando André Malraux, en su calidad de ministro de Cultura, quiso expulsarlo de su cargo y reclamar para el Estado "el legado del cine francés". Mala idea: desde Chaplin hasta Bergman, pasando por Kubrick y Fellini, decenas de cineastas escribieron para "recuperar" sus películas, en caso de que Langlois pasara a retiro obligatorio. Ya no era su obra sino el hombre mismo lo que se había convertido en un monumento.
Es en esa calidad que la Cinemathèque Française, su propia creación hoy convertida en virtual tesoro de Occidente, lo ha celebrado todo el año con exposiciones y simposios. Algo similar ha ocurrido en todo el mundo, en las decenas de cinetecas nacidas al alero de la égida de Langlois o inspiradas por sus aventuras -entre el 12 y el 23 de noviembre, Cine UC está organizando su propio ciclo de cine en 16 milímetros, en clave de homenaje-, pero su huella está presente incluso a nivel personal y micro, patente en cada persona que deje un espacio de su hogar para una colección de películas -no importa si grande o pequeña-, porque las considera una parte clave de su mundo, tan arraigada como sus valores, sus fantasías y sus recuerdos.
Homenaje a Henri Langlois.Proyecciones en 16 mm, de filmes de De Sica, Chabrol, Bresson, Fassbinder y otros.
Cine UC. 12 al 23 de noviembre.