Muchos sabios promueven la capacidad de vivir el aquí y el ahora como una buena manera de vivir en serio y bien. Y tienen razón. Porque lo único que tenemos de verdad es el presente. El pasado ya se fue y no podemos cambiarlo y el futuro no existe. Si se nos va el ahora, la vida se nos va de las manos.
Los grandes filósofos, por otra parte, dicen que los seres humanos no podemos vivir sin proyecto. Los animales tienen necesidades presentes, pero no sueñan un futuro. Nosotros sí.
No es incompatible atrapar cada minuto para vivirlo a fondo con la necesidad de un proyecto, que no es solo de acciones y resultados futuros, es más bien el ideal de hombre que queremos ser o la forma como quisiéramos idealmente vivir. Es un proyecto mío, de quién soy y de quién quiero ser.
La angustia será entonces el enemigo principal del hombre. Porque la angustia lo que hace es que proyecta el presente como un futuro eterno. Miramos la vida y lo sentimos genuinamente así, como la prolongación de este momento de miedo, amenaza, dolor. Nunca desaparecerá. Aunque racionalmente sabemos que nada es eterno, que esto que nos pasa hoy va a pasar, lo que sentimos es que es eterno. En otras palabras, la angustia tiene esa capacidad irritante de quitarnos el futuro. Convierte el ancho camino de la propia vida en un sendero estrecho, monótono y desprovisto de colores.
O de hacernos sentir que la vida se partió en dos... que nunca más será como antes, que yo nunca seré como antes ni volveré a soñar con quien quise ser. Es un golpe duro a la identidad, que está formada de presente, pasado y futuro. Sin futuro, la identidad se desdibuja. Y la persona que soy no es más que el dolor presente. No hay distracción ni consuelo. La angustia manda.
Por eso es que insistimos tanto en los sueños, en concentrarnos en los proyectos alguna vez anhelados. Y en decirnos que la angustia es presente pero no futuro. Son formas de combatir la angustia. Son formas de diferenciar entre presente y futuro y es a veces la mejor manera de pelearle a este sentimiento humano matador que es la angustia. El presente será la angustia, pero el futuro no.
No hay mal que dure cien años, dirían en el campo.