Si uno es el primer chelo de la Orquesta Sinfónica de Chile, tal vez quiera quedarse en ese puesto que reconoce la perfección de su sonido, su madura musicalidad, y que lo hace líder y responsable por sus compañeros de cuerda. Uno podría arrellanarse en esa posición cómoda, pero si de verdad se quiere la música y se tiene oído atento a la creación de su tiempo, busca. Celso López (premio Altazor 2003) es de esos que buscan y rebuscan en la creación contemporánea, como muestra su disco de chelo y electrónica (2008), en el que crea, con oficio e inspiración, los sonidos más nuevos y desafiantes; y también en su determinación para estrenar en Chile una obra mayor del repertorio de los conciertos para chelo y orquesta del siglo XX, como es Tout un monde lontain (1970), de Henri Dutilleux (1916-2013), ausente, hasta el viernes pasado, de las salas de concierto chilenas.
Bajo la dirección del serbio Bijan Sudjic, López y la Sinfónica abordaron esta partitura magnífica, inspirada en parte en los poemas de "Las flores del mal", de Baudelaire, y que exige desafíos que rozan con lo imposible. El comienzo, con platos suspendidos y una suerte de cadenza inmediata para el solista que desgrana una frase progresivamente, mostró a un López algo nervioso, con un sonido que la acústica seca del Teatro Baquedano ciertamente no acompañó. La música de Dutilleux cala al corazón, porque es consciente de la inconfundible tradición francesa de Debussy, Ravel y Messiaen, y porque parece ajena a cualquier cálculo racionalista extramusical. La entrega fue creciendo en elocuencia, en los cinco movimientos de una pieza con motivos muy definidos, presentados por el solista y comentados con imaginativo color por la orquesta. Lo mejor de esta entrega comprometida estuvo en el quinto y último movimiento, en el que el chelo y especialmente los timbales (Gerardo Salazar, excelente) entregan una experiencia de ritmo exquisita. El público -tres cuartos de la sala llena- premió con un aplauso largo, que obligó al solista y director a aparecer varias veces, y que demuestra que hay público en Chile para la música más cercana en el tiempo.
El concierto se completó con "Rugby" (1928), del suizo Arthur Honneger (1892-1955), lucida en su orquestación, como ocurrió siempre con este compositor maestro del contrapunto; "Phaeton" (1873), de Camille Saint Säens; y la "Rapsodia española" (1907), genial mirada a una España materna de Maurice Ravel (1875-1937). Destacaron aquí el siempre musical corno inglés de Rodrigo Herrera y el clarinete de José Olivares, para el disfrute de una partitura que Sudjic supo interpretar convincentemente.