Economía de medios para capturar la emoción más profunda. Es uno de los logros mayores de Henry Purcell (1659-1695), el "Orfeo británico", creador de un catálogo donde resplandecen cientos de canciones e himnos; música instrumental sorprendente en gusto y variedad; numerosísimas partituras para el teatro, y de la primera verdadera ópera inglesa, "Dido y Eneas" (1689), a la que precedieron solamente algunos masques como "Venus y Adonis" de John Blow.
"Dido y Eneas" concentra lo mejor de Purcell, desde sus intuiciones atmosféricas hasta la inmersión en lo más profundo del espíritu. Narra la historia de Eneas, el héroe troyano en fuga, refugiado en Cartago, según el relato del libro IV de "La Eneida" de Virgilio. El libreto es de Nahum Tate.
Todos los elementos del drama están desarrollados de manera sintética sin que jamás parezca que algo falta; la hondura del tratamiento es tal que una sola frase basta para expresar lo que se necesita. El material musical, siguiendo el esquema de las óperas francesas y algunas características de las óperas italianas de su tiempo, se distribuye en una gran participación coral, danzas breves, interludios orquestales y arias. Paula Torres, al frente de un conjunto de notable disciplina, consiguió un trabajo admirable en términos de dinámica y delicadeza, llegando incluso a evocar un sonido barroco a partir de instrumentos en su mayoría contemporáneos. Logro mayor fue el obtenido en las tres sucesivas y breves fanfarrias que revelan a las brujas conspiradoras el paso de la comitiva de caza de Dido y Eneas, y también el efecto del eco con la reverberación propia de la caverna de las hechiceras. Precisos y atentos en su indispensable y difícil labor de continuos tanto Camilo Brandi (clavecín) como Cristián Gutiérrez (tiorba).
Magnífica fue también la entrega del coro del Instituto de Música de la Universidad Alberto Hurtado. Hubo momentos de real perfección, como en el terminal "With drooping wings" o en el polifónico canto de alegría de las brujas, cuando bailan celebrando su triunfo.
La dirección escénica de José Luis Vidal propone una suerte de gran coreografía que integra a solistas, coro y bailarines. No siempre hubo fluidez en su desarrollo y en alguna ocasión lo que sucedía en la parte posterior del escenario quedó oculto por lo que estaba más adelante. Las danzas recordaron los grupos escultóricos tan característicos de la compañía Mobile de Hernán Baldrich en los años 70. Funcionó mejor el trazado de movimientos cuando había pocas personas en escena, como en "Stay, Prince, and hear great Jove's command" y en "Our next motion". El juego de luces y proyecciones (Delightlab) aportó un pertinente marco de belleza y ayudó bien a los distintos ambientes, mientras que el vestuario (SISA) resultó poco dúctil, algo tieso e incómodo, en especial para Dido. Bien, en cambio, en el caso de las brujas, con atractivos toques afro.
El elenco de solistas cumplió con oficio. Descolló la Hechicera de Claudia Lepe, quien ha conseguido homogeneizar su material vocal y que supo desplegar la fuerza tenebrosa de su personaje. Con ella, muy bien también Paulina Navarro y Jeanette Pérez, Primera y Segunda Bruja respectivamente. Extraordinaria la facilidad vocal de Virginia Barrios (Belinda), aunque poco convincente como actriz. Dido requiere de un trabajo expresivo acendrado para viajar por las emociones de un rol teñido desde el inicio por una autodestructiva melancolía; Elena Pérez resuelve adecuadamente lo vocal, pero queda pendiente una entrega donde cada palabra tenga un valor especial, lo que es una exigencia en este Purcell. Lo mismo sucede con Pablo Oyanedel, a cargo del papel de Eneas, cuya personalidad y lucha íntima debe quedar plasmada en la forma como se formulan preguntas como "Tonight?" y frases como "Aeneas has no fate but you" o "What shall lost Aeneas do?", que sonaron sin mayor vibración interior.