Como el deslucido y monocorde juego exhibido por Chile en el empate con Bolivia no es por ahora una tendencia, el resultado se acerca más a una anécdota producto de un dominio futbolístico poco efectivo, una superioridad colectiva que no tuvo correlato en el marcador, y donde el acostumbrado brillo de las figuras no encandiló. Fue, en lenguaje coloquial, una noche ingrata.
Rasgar vestiduras por el discreto 2-2 y anunciar poco menos que esto marca el final de un ciclo, que es la señal clara de que ya hay antídoto efectivo para contrarrestar el poderío de Chile; que el esquema de Sampaoli está repetido, predecible y agotado; que es hora de ocupar el "recambio" para jugadores en declinación, representan una serie de teorías tremendistas y depresivas que no aplican en el actual escenario.
Chile sigue constituyendo una selección más que respetable en el plano futbolístico y un buen número de sus jugadores, con las variaciones propias de deportistas de alto rendimiento, conservan un nivel superior en el rango mundial.
Y aunque para los analistas de las falencias ante Bolivia resultan materias prioritarias, el contenido de las declaraciones de Alexis Sánchez postpartido parecen ser más relevantes que el empate a la hora de definir ciertos rumbos que podría tomar la selección, sobre todo en el contexto de un posicionamiento de sus referentes dentro y fuera de la cancha, y su relación con la autoridad técnica.
En palabras más simples: el delantero verbalizó la capacidad crítica que tienen los líderes ante las determinaciones de Sampaoli y que por temor o conveniencia suelen silenciar en público.
Sin perder respeto ni pretender escudar su discreto partido, Sánchez sacó la voz y ejerció el derecho a pataleo como cualquier empleado que está disgustado o incómodo con las decisiones de su jefe.
Sin culparlo directamente, no le mandó a decir con nadie a Sampaoli que para optimizar sus talentos naturales necesita de volantes alimentadores, de especialistas que lo habiliten con precisión y espacio, y hasta le dio algunos nombres, como ejemplos o derechamente como recomendación. También le dio a entender que su retraso al mediocampo es una variante táctica que entiende, pero que su mayor opción de desequilibrar está en otro sector de la cancha.
Alexis se salió del marco habitual para asumir una autocrítica, pero también para intentar corregir una falla.
Su ejercicio ha sido por lejos lo más rescatable y diferenciador de estos amistosos con Perú y Bolivia, y lo ubica automáticamente en un carril distintivo al de sus compañeros más renombrados, donde el símbolo es el capitán Claudio Bravo, que siempre ha optado por la confortable generalidad para admitir errores o la políticamente correcta discreción para comentar planteamientos.
Ojalá la constructiva "rebelión" de Alexis tenga eco en otros líderes y su ejemplo no termine ahogado por los superiores pactos del camarín.