Hay intérpretes que ya dejaron atrás, muy lejos, las dificultades técnicas y solo parecieran comprometidos con la transmisión de una verdad (su verdad) artística, donde solo importa que su elocuencia convenza y que su entrega sea incuestionable, tal es la convicción que irradian y cuyo resultado es la sumisa seducción de los auditores.
Eso es lo que se oyó en el concierto del lunes en la Temporada Internacional Fernando Rosas de la Fundación Beethoven. Los intérpretes: la chelista Natalie Clein y el pianista Sergio Tiempo. Excelentes en sus cometidos individuales y soberbios en su labor como dúo.
Natalie Clein abrió con la Suite Nº 3, de J. S. Bach, obra que, como las cinco Suites restantes, admite múltiples lecturas. El desafío de transitar con claro rumbo por el espeso bosque de notas fue solucionado magistralmente gracias a dinámicas, articulaciones, fraseos y recursos tímbricos, que puntuaron el discurso haciéndolo totalmente inteligible. El Preludio y cada una de las danzas tuvieron su justa idiosincrasia, y la aparición de las notas pedal en el Preludio y la Gigue alcanzaron una intensificación dramática memorable.
La sonata Nº 2 para chelo y piano, de Mendelssohn, es claro ejemplo de romanticismo y está llena de los gestos característicos del autor: temas impulsivos, capricho y lirismo. Destacables fueron las veleidades del Allegretto scherzando , tocado con liviandad y encanto, y el Adagio, con sus extensas cadenas de arpegios en que el pianista parece un bardo que prepara el inicio de una conmovedora narración a cargo del chelo.
Los preludios del opus 28 de Chopin son un conjunto de pequeñas obras maestras de afectos concentrados en que se alternan intimidad y pasión. Tiempo hizo una selección de seis preludios donde tales contrastes fueron evidentes, en una muy personal versión en la que el popular Preludio llamado "La gota de agua" adquirió una dimensión inédita.
El inicio de la Sonata para chelo y piano de D. Shostakovitch no hace imaginar lo que vendrá. La aparente retórica romántica se empieza a ver asediada por distorsiones melódicas y armónicas y esos recursos "colaterales" se afincan en el resto de la obra. Los futuros rasgos del compositor (la sonata es de 1934) aparecen aquí profetizados: sorpresas armónicas, ritmos obsesivos, movimientos perpetuos, humor sardónico. Con esta obra, una vez más los intérpretes plantearon su verdad. Irrefutable.
El Ave María de Bach-Gounod fue el encore de regalo ante las calurosas ovaciones.