De la crucial obra del ruso Alfred Schnittke (1934-1998) hasta 2014, hay tres obras orquestales que se han tocado en Chile: el Concierto para violín Nº 4 (con Sasha Rozhdestvensky, en 2009), el Concierto para viola (con Roberto Díaz, en abril de este año) y, el viernes y el sábado pasados, en el Centro de las Artes 660, "Moz-Art à la Haydn". Todos esos estrenos han estado a cargo de la Orquesta Sinfónica de Chile, lo que muestra, una vez más, que sus responsables tienen como misión traer repertorio nuevo, en contraste con otras temporadas de conciertos nacionales, por lo general tan atrasadas de noticias.
"Moz-Art à la Haydn", para dos violines y una reducida orquesta de cuerda, fue escrita en 1977 sobre la base de un fragmento de una obra para pantomima de Mozart. Es una suerte de broma musical teatralizada, con indicaciones de iluminación e histrionismos en los músicos y su director, pero Schnittke no olvida que está haciendo música. Tampoco lo olvidaron los solistas Alberto Dourthé y Héctor Viveros, las cuerdas y el director Leonid Grin. La entrega fue excelente, y "el minuto de confianza" que significa ver a los intérpretes concentrados pero al mismo tiempo a punto de estallar en carcajadas, una sorpresa que hace caer la cuarta pared que impone la clásica manera de tocar y escuchar, y también invita a catar el buen ambiente que ha creado Grin con el conjunto del que es titular. La pieza termina jocosamente con los intérpretes invitados a dejar el escenario por el director, como si fueran eliminados de un reality .
Siguieron, muy acertadamente, las sinfonías Nº 100, "Militar", de Haydn; y N° 41, "Júpiter", de Mozart. Ambas obras también contienen sorpresas: con toda intención, pero sin decir agua va, Haydn hace que irrumpa una marcha, con platillos, bombo y timbales (Gerardo Salazar), en el segundo movimiento, Allegretto . Y Mozart, en su última sinfonía, compuesta en un triunfal Do Mayor, recuerda que todo lo humano tiene su drama, cuando interrumpe el primer movimiento, alegre y hasta despreocupado, con un Do Menor trágico. Grin quiso un sonido lleno de contrastes para esta interpretación, acentuando la energía inmediata de las proposiciones que hace Mozart y las respuestas quedas que las suceden, lo que hizo todo sentido. En conjunto, un concierto redondo que la estupenda sala del Corpartes, tres cuartos llena, premió con un aplauso largo y sincero.