Roberto Castillo Sandoval es un profesor chileno que enseña en Haverford College, Pennsylvania, donde además es el jefe del Departamento de Español. En 1998 apareció en nuestro país su excelente novela Muriendo por la dulce patria mía , basada en la biografía de Arturo Godoy; pero además Roberto Castillo ha venido publicando desde hace años una cantidad bastante numerosa de análisis, comentarios, narraciones y ensayos en distintos medios de comunicación, incluida una columna que mantiene en internet. Tales textos aparecen ahora reunidos en Antípodas . Se trata, pues, de un libro de naturaleza miscelánea donde alternan recuerdos autobiográficos con crónicas de viaje, ensayos culturales, experiencias de lectura y perspicaces análisis de episodios y figuras de la historia chilena reciente. Pero a pesar de haber sido publicados en distintas fechas, la fuerza que une a todos, según escribe el autor, es hacer visible la identidad "enrarecida" con que miran a Chile quienes se han visto obligados a abandonar el país porque no podían permanecer dentro de su territorio, fuere por una razón u otra.

El autor también nos explica cuál ha sido su modo de mirar. Los textos de Antípodas nacen desde la perspectiva de un "resentimiento reflexivo" y despliegan un temple nostálgico de naturaleza similar. Es un resentimiento que está teñido de un afecto que el locutor sólo puede expresar con ironía y sin efusiones patrioteras. Así evita ser alimento de estereotipos. Su temple de ánimo corresponde a lo que Svetlana Boym, una compañera de estudios que tuvo en la Universidad de Harvard, denomina nostalgia reflexiva en su tesis doctoral publicada ya bajo el título de El futuro de la nostalgia : "Un sentimiento que conlleva un escrutinio crítico de la historia y la memoria"; es decir, que no reconstruye ni niega el pasado, sino que quiere entenderlo para apreciar el presente. Por eso, concluye Castillo Sandoval en su artículo "No pasa nada" (que hace referencia al relato del mismo nombre de Antonio Skármeta): "A todos nos haría bien mirar el país con los ojos inquietos y amorosos del viajero, del que no ajusta fácilmente su mirada a la visión dominante".

Sin embargo, la distancia cronológica que separa a los textos se convierte en el obstáculo que desequilibra tanto la perspectiva como el temple reflexivo diseñados por el locutor en las páginas iniciales del libro. Tales características funcionan admirablemente en los textos que poseen referentes autobiográficos o donde se relatan experiencias de viajes o desplazamientos, pero se debilitan o desaparecen -y es natural que sea así- en los que Castillo Sandoval escribió para referirse a ciertas figuras o a determinados episodios o a circunstancias ocurridas durante el tiempo del gobierno de Augusto Pinochet. Tales textos fueron escritos al calor de la ira y de la cólera con que el autor contemplaba desde las antípodas y bajo la perspectiva de un "izquierdoso", como se define humorísticamente a sí mismo, lo que estaba ocurriendo en su lejana patria. El lector se enfrentará así a textos de variopintas direcciones: con algunos establecerá una fácil complicidad, nacida incluso de chilenismos que el locutor introduce con acierto y humor en su discurso, y con otros se producirá el efecto contrario: la negación o el distanciamiento producidos por el rechazo explícito o silencioso de las imágenes dibujadas por la ideología del locutor.

Al respecto, quiero glosar un comentario que hace Castillo Sandoval cuando se refiere a Guillermo Cabrera Infante: dice que si alguien se niega a leer su narrativa porque su autor es un implacable anticastrista, también se pierde de leer las maravillas que crea su prosa. A la inversa, recuerdo haber escuchado muchos años atrás a personas que no leían los poemas de Neruda porque era comunista. Lo mismo se puede aplicar a Antípodas : es un libro que ofrece tantos méritos literarios que sería un desperdicio no leerlo si el lector estuviera en desacuerdo con las ideas políticas manifestadas por su autor.