En la Corporación Cultural de Las Condes, la serie pictórica más reciente de Fernando Botero -2010 a 2011- apunta, nada menos, que al Vía Crucis. Y para representarlo recurre a esa iconografía tan suya. Es como si este Camino de la Cruz correspondiera a una representación de la Pasión en la Medellín pueblerina de hace ochenta años, cuyos actores fueran su propio pueblo. Por cierto los transfigura en esos rechonchos cuerpos humanos, de manos chicas y rostros parecidos, inventados por él a partir de la variación arbitraria de las dimensiones corpóreas. Sobre la base sólida de la composición y del renacentista efecto volumétrico -con Della Francesca, Mantegna a la cabeza-, por medio de las plenitudes de Rubens y Velázquez, de sabias coloraciones delicadamente vibrante, hace desfilar ante nosotros escenas llenas de animación multitudinaria o de silencioso recogimiento. Son óleos grandes que contrastan con otros pequeños. Jesucristo, su personaje central, transido de humanidad manifiesta una admirable serenidad constante dentro del dolor brutal, creciente o ya como cadáver. Pero su paz inesperada va más allá de lo físico, alcanzando su culminación en la Crucifixión con soldado, donde sus ojos abiertos miran con discreción al cielo como si dijera: "¡Abba Padre, tu Voluntad se ha cumplido, los hombres ya son hijos tuyos!".
Probablemente la única caracterización no bien lograda sea la de la Virgen María. Vestida con distintos hábitos monjiles, de rostro vulgar y cubierto de lágrimas en todo momento -al igual que las santas mujeres que la acompañan-, se escapa de la tradición histórica. En cambio, cómo encantan los sabrosos detalles pintorescos: el Cirineo con aspecto de simple paisano con sombrero, la enigmática mano indicadora o acusadora, el niño que se asoma a la puerta, los buitres escalofriantes que merodean, los rascacielos neoyorquinos como escenario, su autorretrato empequeñecido a la manera de los viejos donantes. Otros detalles, ahora de especial belleza formal, corresponden al cuadrito con el enclavamiento de la mano, a las plásticas representaciones de las gotas de sangre y de lágrimas. Especial dramatismo alcanza, entretanto, El beso de Judas ante un Cristo humanamente sorprendido. Los dibujos numerosos y las acuarelas -¡cómo maneja esa técnica!- constituyen también notables trabajos autónomos. Dentro del modélico montaje de Las Condes destaca el video; aunque dedicado a los niños, beneficia a todo visitante.
Aninat y sus objetos de encargo
La chilena Francisca Aninat y el mexicano Oswaldo Ruiz exponen juntos, pero no revueltos, en Galería D21. El aporte actual de la primera resulta bastante inusual. Continuador de su labor anterior, incluye protagónicos objetos encargados a autores anónimos, con materiales entregados y ejecutados con apuro; la labor ajena más determinante vista entre nosotros. De ese modo, primordialmente la expositora cumple la tarea de solicitar, recolectar y armar las obras. Eso sí, de sus tres realizaciones en Galería D21, la pintura tapiz le pertenece por entero. Pintada sin color y de manera informalista, fragmentado el lienzo en cintas horizontales, su reconstrucción deja las costuras bien a la vista. El producto se enriquece con la variedad de grises y leves asomos de ocre, con la textura suave y la regularidad abstracta de las líneas horizontales. Sobre una mesa larga se disponen los objetos envueltos: miniaturas de desechos, palitos, yesos, etc., recubiertos por hilos, hebras de lana, tiras de cartón. Aparecen como el resultado de un proceso rápido e inconsciente de ocultamiento, donde la proyección psíquica del colaborador sin nombre juega un rol decisivo. No obstante, el aporte más interesante de la expositora es su relativo cuaderno de artista. Especie de diario íntimo, consta de manuscritos recuperados -poesía de un conocido autor inglés- junto a manchados y dibujos figurativos elementales sin color. Estos últimos corresponden asimismo a encargos, basados en anónimos sueños recientes. Una vez más la participación de Aninat consiste en elegir, transferir, cortar y coser un tomo de formas toscas, rústicas, pero lleno de calidez y no exento de un aura misteriosa que invita a investigarlo.
Dos fotografías con color de descampados santiaguinos, con asomos de próximo basural, pertenecen al mexicano Ruiz; la sobre troncos y raíces en azul intenso adhiere a un lindo pintoresquismo. Mayor potencia conceptual posee su video sobre Valparaíso. Se fundamenta en los contrastes de luz plena y niebla densa, de vegetación quemada e edificación institucional, de casas destruidas y en reconstrucción. Quizá la insistencia en los daños del fuego sobre la naturaleza desequilibra el desarrollo temporal de la filmación. El audio, por su parte, resulta defectuoso.
Botero en Chile
Conjunto de pinturas y dibujos que recrean dignamente el Vía Crucis, al estilo del gran artista colombiano
Lugar: Centro Cultural Las Condes
Fecha: hasta el 30 de noviembre
De ruido siempre
Construcciones de Aninat con objetos y pinturas de personas anónimas. Video y fotos del mexicano Ruiz
Lugar: Galería D21
Fecha: hasta el 21 de octubre