La economía ha frenado su crecimiento a un mero 2% anual -o tal vez menos- y nadie puede asegurar que la mala racha esté pronta a concluir. Ya hay 90.000 desempleados más que un año atrás, situación que de seguro se agravará en los próximos meses. La alta popularidad de la Presidenta Bachelet viene cuesta abajo y -según Adimark- 45% de los encuestados rechaza su gestión. Entre las causas de ello, destaca la gestión de la política económica, que despierta un 56% de reprobación. La receta del Gobierno para salir del atolladero: una fuerte inyección de gasto estatal.
Era esperable que el primer presupuesto fiscal de la Nueva Mayoría trajera un gran aumento del gasto público. Es congruente con la ideología estatista que inspira su programa y una estrategia similar redituó a la Presidenta una alta popularidad el 2009. Un giro anticíclico en la política fiscal puede ser recomendable para combatir una desaceleración severa como la que observamos.
Cuatro razones, sin embargo, me hacen dudar del éxito de la estrategia adoptada. Primero, la expansión del gasto fiscal se compensa en parte con el efecto contractivo del alza de impuestos recién promulgada, que la clase media en estos días ya empieza a palpar en el aumento de los precios de varios productos. Hacia el próximo año, las empresas de todos los tamaños sufrirán un importante incremento en su carga tributaria. Segundo, porque el fuerte incremento previsto de la inversión pública, que a primera vista parece un instrumento reactivador adecuado, especialmente cuando va a vivienda e infraestructura, por desgracia suele tomar demasiado tiempo en echarse a andar. Aunque la autoridad dispone de suficiente flexibilidad presupuestaria para contrarrestar esos atrasos con otros gastos, más eficaz habría sido disponer una rebaja temporal de ciertos impuestos -por ejemplo en los pagos provisionales que efectúan las empresas- como acertadamente se hizo en 2009. Tercero, porque hasta ahora es el Banco Central el que inteligentemente ha creado condiciones propicias para encarar el viento adverso que proviene de la economía externa, con un dólar alto e intereses bajos. La política fiscal expansiva acciona inesperadamente otro mecanismo y puede obligar a la autoridad monetaria a modificar su estrategia. Finalmente, porque no se advierte cómo el presupuesto fiscal anunciado pueda contribuir a remontar la pérdida de confianza en el futuro de nuestra economía.
El desplome de las expectativas de empresarios y consumidores es la principal causa del frenazo de la inversión y del consumo. El pesimismo nace de muchas señales inconvenientes emitidas desde el Gobierno y su entorno. Superarlo exigirá más que un presupuesto fiscal expansivo.