Hay músicos que al final de su concierto ofrecen una o más piezas extras; el público siempre agradece estos encores , porque instalan la certeza de que están provocados por los aplausos, porque son una yapa breve y porque permiten escuchar a los intérpretes en otro registro: las elecciones puede ir desde Bach, por poner un caso, hasta una composición a veces más ligera en la que el virtuosismo acrobático arranca sonrisas admiradas.
Los Siberian Virtuosi, como que se llaman así, explotan ese repertorio último no solo como piezas fuera de programa, sino como la materia prima de su repertorio. Aunque exhiben una buena destreza, lo suyo es un espectáculo que incluye tocar de pie, sin partituras, cambio de vestuario siempre resplandeciente en las diez mujeres que lo conforman e incluso unos pasitos de baile dados con humor bienintencionado.
El conjunto ofreció un programa con catorce obras breves, salvo por el Concierto para dos violines de Bach y el Divertimento K. 136 de Mozart. La rara conformación de once violines y un piano obliga a que lo que tocan siempre sean arreglos que, con mayor o menor éxito, intentan salvar la ausencia de los registros medio y bajo con los que cuenta una orquesta de cuerdas al uso. En el caso de esas dos obras, está claro que ninguna gana en la transcripción; tampoco la "Passacaglia" de Haendel. El resto, no siempre de acuerdo con el programa de mano, se compuso, entre otras, de obras de Sarasate ("Zapateado" Op. 23 y "Navarra" Op. 33), Johann Strauss (Obertura de "El Murciélago"), Milhaud ("Brasileira"), Brahms (la Rapsodia húngara Nº1) y dos de los movimientos de las "Cuatro estaciones porteñas" de Piazzolla. Fue aquí donde el conjunto alcanzó su mejor nivel, pero sin conseguir que se dejara de añorar la versión original para violín y cuerdas.
La música puede aceptar todas las formas y expresiones, y cada quien es dueño de tocar y escuchar lo que más le plazca. Puede que con estos músicos, dedicados y talentosos en lo que les es propio, pocos se hayan aburrido y hasta se considere simpático, pero, como parte de la Temporada de la Fundación Beethoven, que tiene la tradición de traer a los mejores conjuntos de música ilustrada disponibles, el concierto del lunes es lo más exótico y fuera de programa que se ha visto y escuchado.