Un concierto excelente ofreció el viernes la Orquesta Sinfónica de Chile, bajo la dirección de Leonid Grin, en el Centro de las Artes 660. La orquesta ha encontrado un espacio cuya acústica permite que el conjunto exhiba sus innegables cualidades. Así como el público puede disfrutar de una especie de renacimiento sonoro de la agrupación, con seguridad cada músico se ve estimulado en su rendimiento individual y en su integración al grupo.
El programa se inició con el Concierto para fagot y orquesta de Mozart, actuando como solista el estonio Martin Kuuskmann. El concierto pertenece a una época en la que el compositor de 18 años, no obstante sus logros a la fecha (óperas, cámara, sinfonías), aun no impregna sus ideas con el melodismo que será uno de sus rasgos geniales en obras posteriores. El bello movimiento central está enmarcado por un primer movimiento de gran exigencia virtuosa para el solista, pero más bien convencional, y un galante Menuetto final. En manos de Kuuskmann, la obra creció en estatura, y el solista, haciendo gala de agilidad, un fiato al servicio de un expresivo fraseo y brillantes cadenzas , realizó una estupenda versión. Kuuskmann, ovacionado, brindó como encore el vals "Misterio", del brasileño Francisco Mignone.
La Cuarta Sinfonía de Gustav Mahler, con su lenguaje diáfano, se diferencia claramente del discurso de las sinfonías anteriores y posteriores. Sin perjuicio de algunos momentos "tremendistas", predomina una limpidez que se ve corroborada por la ingenuidad del poema en el movimiento final, donde la soprano evoca un banquete celeste en la mirada de un niño, donde San Pedro trae los peces, Santa Marta cocina y Santa Cecilia pone la música. Dicha transparencia se manifiesta en el tratamiento orquestal que pone de relieve a determinadas familias orquestales, economizando los tutti ; los solos de violín de Alberto Dourthé y el ejemplar desempeño de los vientos contribuyeron decisivamente, y la atmósfera suspendida de las cuerdas en el inicio del tercer movimiento logró una emocionalidad memorable. Gran versión.
La soprano Claudia Pereira, aunque algo perjudicada en la proyección de su voz por su ubicación en el escenario, demostró su profesionalismo y bellos agudos. Grin, gran artífice, condujo con maestría y unió música y rigor, siempre y solo al servicio de la extraordinaria partitura.