Hace ya demasiados años, cuando yo era estudiante universitario, escuché a mucha gente reclamar en una asamblea por la existencia de un curso titulado "Historia de los judíos en el continente americano". Los alumnos alegaban que el tema podía ser muy interesante, pero que no se justificaba en la carrera de literatura. Más tarde, en circunstancias similares, el profesor Víctor Gacitúa -un erudito extravagante- renunció a su cátedra de historia de la cultura luego de que los alumnos objetaran que en ese curso se dedicara a hablar de Harvey y de la circulación de la sangre. "Sin circulación de la sangre no hay historia de la cultura", dijo don Víctor, y no volvió nunca más.
Mi sospecha, pasados los años, es que la misma clase de personas que se negaban a enterarse de la historia de los judíos en el continente americano son las que han venerado las ficciones de Bolaño sobre los nazis en el mismo continente. No quiero en ningún caso sugerir que se trate de una opción entre nazis y judíos, sino que cualquier tema puede rendir un espesor literario y que un prospecto de escritor no debería negarse, en primera instancia, a ninguno.
En cuanto a la circulación de la sangre, curiosamente, también con los años, los estudios literarios nos llevaron a varios de vuelta al fascinante siglo VXII y a sus descubrimientos a medio camino entre la magia y la ciencia.
La colección de recusaciones de esta índole es extensa. Agrego dos ejemplos: una vez, haciendo clases en una universidad, fui puesto en cuestión por los alumnos por hacerles leer "cosas en castellano antiguo". La cosa en cuestión era La cruzada de los niños , de Marcel Schwob. Más tarde, una alumna me acusó por hablar de "gallos del siglo XVIII". El gallo de la discordia: James Boswell.
Me he puesto a recordar estos episodios como efecto indirecto de uno de los ensayos de Chesterton agrupados en el libro El hombre común . En uno de ellos Chesterton se ríe de la frase hecha utilizada a menudo para refutar la realidad de los milagros: "¡Por favor, estamos en el siglo XX!". Chesterton afirma que hablar de esta manera tiene aún menos sentido argumental que exclamar: "¡Por favor, estamos en la tarde del martes!".
La belleza de la literatura -el motivo por el que muchas veces la buscamos- tiene que ver con la conciliación que nos ofrece con las generaciones extinguidas. Vislumbrar, por ejemplo, que Quevedo, hace quinientos o seiscientos años, encerrado en una especie de torre, nos reflejó en nuestra acuciante experiencia actual por medio del conjuro de unas cuantas palabras.
Cuando Stanley Kubrick, decidido a filmar La rama dorada , de Frazer -obra dedicada al estudio de culturas remotas- adivinó escepticismo o desgano en la voz telefónica de uno de sus productores, le gritó: "¡Está hablando de tu vida!".