Claudia di Girolamo intenta dar a "El Montacargas" una interpretación que se relacione con nuestro pasado. Como los protagonistas son dos asesinos que trabajan para una organización criminal que elimina personas, escogió esta obra para aludir a organismos de represión en Chile. No altera el texto de Pinter, espera que el público establezca esa relación.
La escena inicial tiene algo de "Esperando a Godot", dos personajes esperan, y mientras esperan, conversan. Hablan de cosas que parecen no tener importancia, de las noticias tontas del diario, del estanque del water que se llena muy lentamente, de quién limpia cuándo ellos se van. Parecen frases triviales, pero cada una tiene una intención, mostrar la diferencia entre Ben, que está siempre dispuesto a aceptar las órdenes, y Gus, que hace demasiadas preguntas y no está conforme con la forma en que los tratan. Otra relación con "Esperando a Godot" es que en ambas obras la primera escena es un juego silencioso con los zapatos. En la obra de Beckett, Estragón no se los puede sacar y llega a la conclusión de que "no hay nada que hacer", que es una de las proposiciones centrales de la obra. En este caso, vemos que Gus se amarra los cordones de los zapatos, pero al intentar caminar siente algo raro, encuentra dentro una caja de fósforos aplastada y una cajetilla vacía de cigarrillos; Ben lo mira furibundo, es el primer indicio de que Gus es un personaje inconveniente para una organización que no tolera errores.
Claudia di Girolamo respeta el texto de Pinter y aun la planta de movimientos de los actores. Para llevarnos a la interpretación que ella da a la obra introduce algunos cambios visuales, la foto de un equipo de fútbol que da motivo para una de las discusiones entre Ben y Gus, la cambia por la proyección de una foto algo borrosa de detenidos desaparecidos. En otro sector, algo así como un tigre cae reiteradamente desde la altura, lo que parece acentuar el tema de la amenaza. A un costado vemos pasar vehículos y personas, lo que si bien acentuaría el contraste entre el encierro de estos hombres y la vida que se desarrolla afuera, hace implícita una ventana, que es lo que Gus lamenta no tener en ese lugar.
El espacio en esta versión es más atractivo. No es la habitación en un sótano sin ventanas propuesto por Pinter, sino todo el amplio escenario de la sala N 1 del GAM, con fondo de brillantes cortinas transparentes que le dan una moderna textura. Las sábanas de las camas, que Gus las encuentra sucias, son de un atractivo color rojo. Para mantener algo el clima austero de la obra, solo se hacen leves cambios de iluminación, algunos juegos con tubos fluorescentes que parpadean y luego se encienden cuando Ben y Gus deben descubrir un sobre que se les ha deslizado bajo la puerta.
La escena final le tuerce un poco la mano a Pinter. Ben, el jefe, interpretado por Álvaro Morales, y Gus, por Antonio Campos, esperan a la víctima que deberán eliminar. Saben muy bien cómo tienen que proceder, igual que todas las veces anteriores. Gus sale a tomar agua, y en ese momento le indican a Ben que la víctima ha llegado y que les será entregada. Pero quien es empujado violentamente desde afuera es Gus. Debe venir sin chaqueta y sin su pistola, los dos hombres se miran... y allí termina la obra. ¿Qué pasará? No se muestra, pero no es un final abierto. Pinter termina la obra en el clímax, no pone el desenlace por innecesario, el público ya debe tenerlo claro. Quizás con razón, Claudia di Girolamo parece no estar tan segura de eso. Resuelve que Gus sea empujado hacia el centro sin camisa y descalzo. En actitud de entrega levanta los brazos y se queda en esa posición durante un tiempo largo, Ben lo apunta con la pistola, solo no hace el disparo final. Es una versión teatralmente atractiva, pero más explícita que lo propuesto por Pinter, maestro de las sugerencias, que nos obliga o observar lo que normalmente no vemos o no entendemos.
EL MONTACARGAS
de Harold Pinter.
Dirección: Claudia di Girolamo
Elenco: Antonio Campos y Álvaro Morales
Lugar: GAM
Hasta el 11 de octubre Entrada general $6.000.