A menudo la realidad, según el conocido lugar común, parece imitar a la ficción. Esa idea se me viene a la cabeza a propósito de la muerte terrible del joven Sergio Landskron producto de una bomba que, al parecer, estalló mientras la manipulaba. En efecto, en 1907, el gran narrador anglopolaco Joseph Conrad publicó una novela -El agente Secreto- cuyo nudo argumental gira en torno a un episodio del todo semejante. La narración -considerada una de sus ficciones políticas mayores- se centra en la vida de Mr. Adolf Verloc, el agente secreto (un doble agente, más bien, o "infiltrado", como se lo llamaría ahora, porque trabajaba también para la policía británica), un ciudadano gris que mantiene una miserable tienda como pantalla para que en la trastienda un grupo de anarquistas teóricos y viejos ex terroristas debatan interminables planes de aniquilamiento y rebeldía frente a cualquier género de autoridad.
Entre esos "compañeros" Conrad destaca la figura de "El Profesor", a quien llama "el anarquista perfecto", un siniestro personaje que circula por las calles de Londres armado con una bomba tras su abrigo y su mano en el bolsillo pronta a apretar el detonador (resorte que, desde luego, nunca emplea durante la novela), quien en los párrafos finales repite, una y otra vez, estas terribles palabras: "Todo el mundo es mediocre. ¡Locura y desesperación! Deme esas fuerzas como palanca y moveré el mundo". La historia, urdida de modo envolvente, transcurre en las últimas décadas del siglo XIX.
La novela de Conrad es sorprendente, de entrada, porque su mirada pone especial cuidado en penetrar en los matices de las tensas relaciones domésticas de Mr. Verloc, frío y opaco de carácter, en contrapartida con su mujer, Winnie (la única anarquista verdadera, según Conrad, porque es la única que mata), que cuida con pasión de su madre y, sobre todo, de su hermano deficiente mental, Stevie, quienes viven en el segundo piso de la tienda.
En la novela, los "anarquistas", a la hora de la acción, no se ensucian las manos y recurren cobardemente a la persona más débil e influenciable -Stevie-, quien muere en un estúpido intento de volar el observatorio de Greenwich.
Si bien en la nota introductoria a la novela, Conrad explica que la anécdota se la sugirió, a la pasada, un amigo, otro gran novelista, Ford Madox Ford, hoy se sabe que hubo mucho mas que eso: la ficción de Conrad se apoya en hechos reales que el autor polaco investigó exhaustivamente: la explosión (1897) en el Parque Greenwich en que muere un anarquista francés -sin determinarse sus motivos ni vínculos- por la detonación anticipada de los explosivos que portaba. Conrad, a su vez, imitaba (y revelaba con ironía) la realidad.