¿Podremos en cuatro años más celebrar fiestas patrias en un Chile desarrollado? Esa fue la meta que se propuso el gobierno del ex Presidente Sebastián Piñera: cruzar el umbral del desarrollo para 2018, año del bicentenario de la declaración de nuestra independencia. Desde entonces, mucha agua ha pasado bajo los puentes de la economía y la política. Pero esa intención y esa motivación son tan válidas ahora como lo fueron cuatro años atrás.
Por supuesto que no basta con alcanzar el actual ingreso per cápita de un país como Portugal para ser calificados como país desarrollado. Por de pronto, el progreso de esa nación está aún muy distante de países representativos del mundo desarrollado. Más importante aún es que la renta media de un país puede esconder en su interior una disparidad muy grande de oportunidades y niveles de vida. Al compararnos con los más prósperos, se nos vienen a la mente nuestras graves carencias en calidad de vida, nivel educacional, cultural y de civilidad. Pero, aun reconocidas las limitaciones del ingreso per cápita como indicador de desarrollo, al poner el acento sobre el crecimiento de la economía, directa o indirectamente, ayudamos también a esas otras dimensiones del desarrollo, las que pueden hacer de Chile un país no solo más rico, sino donde se viva mejor.
Con un crecimiento de la capacidad productiva semejante al exhibido durante el gobierno pasado, arribaríamos en el 2018 a un ingreso per cápita como el del Portugal de hoy. Manteniendo el tranco por otros diez años superaríamos el nivel actual de España. EE.UU. nos queda más lejos: necesitaríamos otro cuarto de siglo para lograr su situación actual. Vale la pena hacer el esfuerzo.
El problema es que de tanto celebrar lo bien encaminados que estamos, pasamos a creer que las tareas ya están hechas. Y que, asegurado ya nuestro ascenso a la cumbre, podríamos desatender el crecimiento y priorizar la igualdad, desempolvando las herramientas para la redistribución del ingreso de las que tanto uso y abuso hicimos cincuenta años atrás.
Lo que las cifras duras de la economía muestran es que la tarea no está en absoluto hecha y que, por desatenderla, lo más probable es que terminemos cosechando solo frustraciones. Prueba de ello es el recorte que han debido introducir los expertos a la estimación del crecimiento del PIB potencial desde 4,8% a 4,3%. No es a punta de políticas monetarias o fiscales expansivas que retomaremos el ritmo de crecimiento potencial. Hay un enorme esfuerzo de inversión por hacer en energía, minería e infraestructura, que requiere no solo de capacidad empresarial, sino sobre todo de voluntad política para remover obstáculos. Hay un enorme esfuerzo de productividad por abordar, destrabando los poderosos motores del emprendimiento y la innovación. La agenda de medidas es conocida y -bemoles de más o de menos- venía siendo implementada en el gobierno anterior. Urge retomar el rumbo.