La suma de diecisiete relatos breves que Felipe Valdivia (Santiago, 1985) reúne bajo el título Manual de alteraciones es un buen ejemplo de la conjunción entre una indudable capacidad para imaginar situaciones extrañas, insólitas o maravillosas, y un estilo débil, caracterizado por la rudeza y frecuente mala construcción de la prosa, así como por un manejo a ratos inseguro o simplemente equivocado de las voces narrativas. Es un libro que a todas luces necesitaba someterse a varias revisiones antes de ser entregado a la imprenta (pero este es un mal que en la actualidad aqueja a muchas de nuestras publicaciones). Cito algunos ejemplos de sintaxis defectuosa: "...porque a pesar de que sus ojos los tenía cerrados..."; "El hogar de Franco y Daniela se nota que es el de un matrimonio de recién casados"; "Cosas de niños, concluyó Fabio despectivo, quien se encogió de hombros resignándose ante las fútiles travesuras infantiles". En otros casos, el efecto de lo maravilloso se debilita debido a la mala costumbre de los narradores para definir lo que presentan en lugar de otorgar al lector la libertad de contemplarlo directamente, y formarse su propia opinión al respecto. Un hombre se enamora de un hermoso maniquí de mujer y su pasión logra que el maniquí comience a cobrar vida. Es superfluo, por lo tanto, calificar esta transformación como un "hecho sobrenatural" o, en otro relato ambientado en un manicomio, indicar al lector que los gestos de una mujer responden a un "impulso demoníaco". La situación maravillosa creada en "El pequeño intruso" se viene abajo cuando el narrador explica en el desenlace del cuento la forma como lo insólito se ha producido. Hubiera sido mejor, en este caso, eliminar el último párrafo del texto.
Las debilidades a que me he referido afectan al nivel discursivo de los cuentos, es decir, a la manera como las imágenes formalizadas por el lenguaje llegan hasta nosotros. Sin embargo, es conveniente que el lector ignore estos defectos -o mejor decir, los perdone- porque una vez que se introduzca en los ambientes y situaciones encerrados en ellos comprobará que, además de poseer una interesante capacidad de fabulador, Felipe Valdivia sabe imaginar atmósferas sobrenaturales -ya se las denomine como fantásticas, maravillosas o extrañas- capaces de envolver a sus lectores, y también otorgar fisonomías y perfiles novedosos a los motivos que se encuentran con más frecuencia en este tipo de literatura. En el cuento "Invitaciones a la nada" se nota muy bien la adecuada utilización de indicios con que los narradores irán gradualmente taladrando la seguridad de nuestras percepciones a lo largo del volumen. La frase inicial del texto sitúa al lector en la dimensión material y cotidiana de la realidad: "Me arreglé el escote en cuanto me enfrenté a la puerta principal", afirma la narradora al comenzar su relato, pero líneas más adelante declara que el conserje del condominio al cual ingresa la queda mirando como si no existiera. Una frase trivial del lenguaje de todos los días, pero que en este cuento abre subrepticiamente el umbral a lo diferente e inesperado. El motivo de la inversión de la realidad, o del sueño inverso -recordemos "La noche boca arriba", de Cortázar- adquiere interesantes variaciones en dos cuentos que a mi juicio cumplen muy bien su propósito de sorprender al lector: "La fantasía de los 80" y, sobre todo, "Su sitio permanente", uno de los mejores en cuanto a la creación de ambientes maravillosos, pero que lamentablemente exhibe también una prosa bastante raquítica.
Pero a pesar de sus debilidades e infortunios estilísticos, los diecisiete relatos de Manual de alteraciones dejan un saldo favorable. Demuestran que su autor posee la capacidad de imaginación y la pericia necesarias para satisfacer a los entusiastas de este tipo de literatura. Pero mientras su lenguaje narrativo no supere su inseguridad y su carácter todavía balbuceante, todo quedará en promesa.