La exuberancia vegetal, el color del trópico, la extroversión y el sentido del ritmo corporal de sus habitantes bien pueden considerarse lugares comunes respecto de Brasil. Hay que reconocer, sin embargo, que atributos semejantes se reflejan, inevitables, en las artes visuales de la enorme nación. Podemos apreciarlo en la bien presentada exposición que hoy nos propone el Centro Cultural Palacio La Moneda. Se ofrece dividida en dos secciones: una de arte naif, proveniente del MIAN, el mayor museo del mundo dedicado a los pintores ingenuos, junto a la de arte folclórico de la colección Edison Carneiro. El segundo sector comprende la Modernidad, con obras pertenecientes a la Colección H. y S. Fadel y a nuestra chilena Fundación Salvador Allende.
Dadas las características particulares del entorno y de los sentires brasileños, no resulta fácil distinguir entre arte naif y arte popular o folclórico. No obstante, y al igual que en cualquier país del mundo, los verdaderos pintores ingenuos saben hacer valer la hondura de su mirada candorosa y la particular emoción que es capaz de provocar en el espectador. Formalmente se reconocen por su natural espontaneidad, por su alejamiento de toda reiteración mecánica en su iconografía y en sus desarrollos temáticos. Sobre estos supuestos vale destacar los momentos cumbre de esta sala. En todo caso, llama la atención que los cuadros expuestos se limiten a abarcar solo desde mediados de los años 70 hasta el inicio del milenio actual.
De 1990 resulta, pues, bajo la firma de Juca, el desembarco de los primeros caballos traídos a Brasil. Se trata de un acrílico encantador, donde destaca el empleo frecuente del pigmento blanco, algo que se repite en otros de los ejemplares exhibidos. Por su parte, Ozias nos entrega el dinamismo de su habitado paisaje "Los campesinos", además de una interpretación personalísima de la congestión urbana: "Ciudad de Río de Janeiro". Miranda, entretanto, sobrenaturaliza la "Abolición de la esclavitud", mientras Gilka retrata a su pareja de novios no rumbo al altar, sino hacia la salida de la iglesia. Si descoyuntadas perspectivas múltiples capta J. C. Moreira en su "Domingo", Marcelo Lucio nos hace recordar a Fortunato San Martín, aunque más desleído. Relatos bastante independientes dejan ver los colores que evocan la minería en Rómulo Cardoso y Salomé aglomera edificios en su expresiva "Procesión". A través de formatos mayores opera, en cambio, Aparecida Azedo. Subrayemos su vitalidad con "La misa antártica", "Los pioneros" y "La playa", con el lirismo de "Paisaje de la Amazonia".
Dentro del grupo proporcionado por el Museo Carneiro lucen tres poderosas esculturas en madera al natural. Ellas, ajenas a pintoresquismos, apuntan a esencias humanas mediante un primitivismo sincero: el ex voto del hombre muerto en la canoa; el par de desnudos -hombre y mujer- con fuertes reminiscencias africanas (1992), de Chico Tabibuia. En cuanto a los instrumentos exhibidos, sobresale uno pequeño -casaca-, asimismo en leño, del siglo XX y de exótica ejecución. El sector fotográfico tiene su máximo representante -Fundación Allende- en un magnífico retrato de 2006, de Orlando Azevedo. Allí, ante un prosaico neumático, su protagonista alcanza la majestad de una divinidad negra. Lejos de ese logro se halla, en cambio, el efectismo de la serie de retratos de Fernando Lemos. Así, preferimos mucho más la espontaneidad y el vigor realista de Rosa Gauditano, cuyo su picaflor parece confundir la boca humana con una flor.
Ya dentro del ámbito del arte Moderno, resalta la calidad que logra la geometría brasileña. Anterior a ella sobresalen, marcados por el fauvismo y el cubismo, dos muy hermosos retratos de Anita Malfatti. En otro ámbito, descolla la expresividad misteriosa de Carlos Prado y sus Barredores nocturnos, las firmes estructuras aplicadas por Di Cavalcanti al colorido mundo nacional, el lirismo de dos vistas portuarias de José Pancetti. Pero la abstracción geométrica se muestra como el grupo más sólido y atractivo de la pintura culta. Primero, aquí a pasos de lo abstracto, tenemos la personalidad de Alfredo Volpi, mientras por entero dentro de la estética del neo concretismo están los espléndidos Lygia Clark y Helio Oiticica. Y ya posteriores en el tiempo, la bella serigrafía con juego de triángulos, de Hércules Barsotti; en negro y blanco, los grabados de Almir y Delmar Mavignier; el relieve azul de Emanoel Araujo. Al expresionismo abstracto se vincula, por su parte, Iberé Camergo, en tanto que toques surrealistas tocan a A.E. Amaral. Tampoco falta acá una instalación de origen brasileño. Corresponde a Nelson Leirner y resulta protagonizada por la multiplicación no exenta de ironía de una especie de deidad femenina sobre un tren de juguete.
Al ritmo de Brasil
Amplio conjunto de arte brasileño, felizmente dominado por los ingenuos y la geometría
Lugar: Centro Cultural Palacio La Moneda
Fecha: Hasta el mes de diciembre