Si se observa el escenario político y el tono que los actores políticos vienen empleando desde marzo a la fecha, lo que sobresale es un evidente nerviosismo.
Nerviosismo, y a veces simple precipitación, en algunos ministros del gobierno. Nerviosismo en los presidentes de los partidos de la Nueva Mayoría, salvo en el caso del PC, puesto que el diputado Teillier es cualquier cosa menos un individuo nervioso. Nerviosismo en algunas figuras históricas de la DC que parecen arrepentidas de que su partido de centro esté inclinado hacia la izquierda en vez de hacerlo a la derecha. Nerviosismo en las jefaturas de los partidos de oposición, especialmente la UDI, cuyos partidarios todavía discuten acerca de si eliminan o no de su declaración de principios las loas al gobierno militar que tanto los favoreció con ministerios, alcaldías, embajadas y otros cargos y prebendas. Nerviosismo en analistas políticos, de lado y lado, que tratan de convencer a las audiencias acerca de que la Unidad Popular está de vuelta o que toda la prensa crítica del Gobierno está coludida para conspirar contra la Presidenta. Nerviosismo en intelectuales que querrían volver a la lógica hostil del conflicto a cualquier precio y más nerviosismo aun en otros que desearían seguir cautivos de la tibia y complaciente lógica del acuerdo a como dé lugar. Nerviosismo, o simplemente periodismo interesado, en canales de televisión que, ante cualquier iniciativa de un ministro, corren a entrevistar a quienes ocuparon la misma cartera en el gobierno anterior. Nerviosismo de parte de buena cantidad de ex ministros, transformados ahora en empleados particulares, columnistas o comentaristas radiales al servicio incondicional y agradecido del Presidente que alguna vez les dio trabajo, tal como se los da ahora y promete para dentro de cuatro años. Nerviosismo en un precandidato presidencial que lo es desde antes de terminar su período como mandatario, y cuyos últimos meses en la presidencia, lejos de constituir un apoyo para la candidata de su sector que aspiraba a sucederle, fueron solo una seguidilla de actos encaminados a perjudicarla para mejorar él en aprobación y retirarse de La Moneda con el ansiado 50% de anuencia en las encuestas. Nerviosismo en otros prematuros e igualmente ansiosos precandidatos, uno de ellos distanciándose calculadamente del sector del que formó parte hasta hace poco y del que fue incluso ministro, y el otro tratando de congraciarse con ese mismo sector, así como con la Presidenta, luego de que durante los últimos 8 años no hiciera otra cosa que transformarlos en el blanco preferido de críticas ácidas y expresiones mordaces. Nerviosismo en empresarios locales ante una reforma tributaria que no los obligará a pagar más impuestos que los que pagan por ganancias que obtienen en otros países. Nerviosismo de profesionales de altos ingresos porque ya no podrán eludir impuestos extendiendo boletas a nombre de sociedades de papel formadas con el único propósito de restar al Estado los tributos que sus trabajadores pagan todos los meses con el descuento que se les practica directamente en sus liquidaciones de sueldo. Nerviosismo por el inminente término de un sistema electoral que permitió a la derecha instalar en el Congreso un veto de la minoría sobre la mayoría, que dura ya un cuarto de siglo, y que continuará vigente, quién sabe hasta cuándo, en materia de reformas constitucionales. Nerviosismo, en fin, en nuestros conservadores, porque se abrió ya el debate sobre nueva Constitución y acerca de temas que, como la despenalización del aborto en ciertas situaciones, ellos querrían mantener congelados por más tiempo.
Nerviosismo, mucho nerviosismo, demasiado tal vez, en un país que al parecer se acostumbró a tener gobiernos sin programa y presidentes con escasa vocación de cambio.