En el Centro de las Artes 660 de Corpartes se escuchó el sábado a la Dresdner Philharmonie, dirigida por Michael Sanderling. La orquesta, con más de 140 años de tradición, es símbolo de una ciudad centro de la cultura musical alemana, despiadadamente castigada en la Segunda Guerra y milagrosamente reconstruida. Su espíritu inconmovible está presente en esta agrupación que brindó un concierto memorable.
La "Pequeña Suite" del polaco Witold Lutoslawski (1913-1994), sirvió de preámbulo para calibrar sus fortalezas. La obra es la de un compositor sometido a las directrices culturales de su país en la época estalinista, que debió buscar su expresión en las raíces folclóricas. Comparándola con su posterior "conversión" a las vanguardias, que lo convertiría en uno de los grandes compositores del siglo XX, revela un estilo "ideológicamente neutro". Los elementos folclóricos no se disfrazan y las danzas que componen la suite emergen con sus atributos rítmicos y melódicos originales envueltos en el ropaje de una estupenda orquestación.
Aunque perteneciente al período "heroico" de Beethoven, este no es un rasgo distintivo del Concierto para violín. El discurso del primer movimiento es difícil de cohesionar pues, como siempre en Beethoven, parece primar la Idea por sobre las posibilidades de ejecución, con incómodos requerimientos. El movimiento pareció pálido, a pesar de la excelencia de la solista Carolin Widmann. Las cadenzas exhibieron abrumadora técnica (con pianissimi algo efectistas), y a partir del segundo movimiento todo fue en ascenso hasta culminar en un magnífico Rondó. Las ovaciones del público lograron un encore : la Sarabande de la Partita Nº 2 de Johann Sebastian Bach, en una finísima interpretación.
La Primera Sinfonía de Brahms, saludada en su momento como "la Décima" de Beethoven, permitió que la orquesta exhibiera todas las virtudes que han cimentado su fama. Los solistas de cada grupo exhibieron su gran calidad (una oboísta excepcional) y la introducción de los cornos al himno de las cuerdas en el último movimiento reafirmó la idea de que este es uno de los pasajes más bienaventurados de la literatura sinfónica romántica. Sanderling, que se reveló como un sólido director en todo el programa, fue preciso, dúctil y con una gestualidad siempre al servicio de las obras.
Como coronación, la orquesta irrumpió sorpresivamente con el Finale de la obertura de "Guillermo Tell", de Rossini. Ahí fue el delirio.
La acústica de la sala ha mejorado ostensiblemente con las últimas adecuaciones y el espacio así se está consolidando como uno de los mejores de Santiago.