Aunque parezca insólito, es apenas la segunda vez que se escucha en Chile el Concierto para piano Op. 42 del austríaco Arnold Schönberg, compuesto hace 72 años. La obra es parte del repertorio de grandes pianistas como Brendel, Gould, Ax, Uchida y Hamelin, y conocida por las audiencias mundiales porque se programa con frecuencia y hay varias grabaciones disponibles. Aquí, el virtuoso chileno Luis Alberto Latorre, incansable en su búsqueda musical, estrenó este Concierto hace diez o quince años con la Orquesta Sinfónica Universidad de Concepción y, el viernes pasado, con la Sinfónica de Chile, en una decisión que tiene, en esta temporada, mucho de misión.
Latorre muestra un dominio maduro y consciente de la partitura, llena de demandas cerebrales, pero sobre todo expresivas, y la entregó con el sentimiento sincero que exige. Desde el primer movimiento, un vals en el que se expone la serie dodecafónica y sus transformaciones que son el material temático para toda la obra, Latorre y la Sinfónica se escucharon sólidos bajo la dirección de Fabián Panisello. Él, también compositor y conocedor de este repertorio, consiguió de la Sinfónica un sonido diáfano, incluso cuando el contrapunto se complejiza hasta el paroxismo y se hacen difíciles los equilibrios. Lo que más atrajo de esta interpretación es que se exaltó, según dónde, el sentido del humor, con tempi a veces más rápidos que los convencionales, y el piano se escuchó siempre ligero; además, una rareza, pero no una mala idea, se hicieron pausas significativas entre los movimientos, que suelen tocarse sin parar. El final, dramático, en que los violines exponen por última vez el tema que nos ha acompañado todo el tiempo y el piano opone sus comentarios con firmeza, fue muy estimulante. Schönberg es un compositor que se sirvió de técnicas de la razón (¿qué música no lo hace?), pero su logro está sobre todo en ponerlas al servicio de la emoción. Como encore , Latorre tocó "Nuages gris" (1881) de Liszt, una obra tardía, quieta, ultra experimental, y una semilla que brotaría varias décadas después entre otros, en el mismo Schönberg. Notable.
Antes, en una acertada introducción al carácter vienés, Panisello y la Sinfónica tocaron el Vals del Emperador, de Johann Strauss II. Y luego del intermedio, las fuerzas orquestales se redujeron al mínimo para abordar, junto a la Camerata Vocal de la Universidad de Chile, dos obras barrocas: el "Credo" de Antonio Vivaldi, que contiene un magnífico Crucifixus , con un pulso que sugiere los golpes en los clavos, y una selección del "Foundling Hospital Anthem" de Handel, que termina con el mismo Hallelujah de "El Mesías".