Al pasar por una calle concurrida escuché, proveniente de un grupo de mujeres que fumaban a la salida de un café, una frase que me llamó la atención: “Ese tipo es un engolado”. Me parece que la expresión “engolado” ha ido cayendo en desuso con el tiempo. Cuando yo era niño, era común utilizarla cuando se hacía necesario descalificar al prójimo, junto a “petulante”, “farsante”, “sobrado” y, ya en el plano de los vulgarismos, “barsudo”. La palabra “mentecato”, en tanto, solo era habitual en las escenas más dramáticas de las teleseries mexicanas, por entonces en boga.
El hecho es que gracias a ese contacto verbal callejero me quedé pensando en todos los individuos que he conocido en mi vida a los que puede asignárseles el mote de engolados. Son hartos. Podría afirmarse que el engolado promedio es un tipo de mediana edad, pelo ondulado peinado con gomina y terminado en coleta, montgomery azul marino, chaleco amarillo pato y una cierta seriedad sobreactuada que no descarta el recurso de la ironía burlesca. Lo que define, en todo caso, de un modo constitutivo al engolado es el uso de la voz: una voz controlada, consciente, aspiracional. El diccionario de la RAE considera varias acepciones del término: una de ellas, la segunda, corresponde al habla “afectadamente grave o enfática”.
Pero las conexiones se extienden más allá. Una rápida exploración del Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, de Joan Corominas, nos indica que “engolado”, vinculado en su origen a la expresión latina “gola”, está en el mismo campo léxico de la palabra “garganta”. Y por supuesto: está claro que el engolamiento es primero que nada engolamiento de la voz, o sea, gargantización de la voz. La garganta es siempre el órgano de la inautenticidad: cuando mentimos, hablamos con la garganta, con un tono que sale más agudo de lo normal; lo mismo sucede cuando tratamos de hilar ideas ante una persona que nos intimida, en la que proyectamos valores o poderes superiores.
Locutores de radio y políticos y expertos televisivos suelen caer en engolamiento flagrante. Cuando los engolados son filósofos, la experiencia de escucharlos es muy ilustrativa en la medida en que, como uno no entiende lo que dicen, se hace más apreciable el fenómeno en su materialidad significante.
Otras palabras derivadas de “gola”: gula, gollete, engullir, degollar. Por su parte, la ordinarísima expresión “gargajo”, no demasiado lejana de “gárgola”, es más bien una onomatopeya del asqueroso acto de escupir mucosidades, y aparentemente no está emparentada con la palabra que es motivo de esta nota, no obstante el protagonismo central de la garganta en el gargajeo.
Para no despedirnos con una imagen tan procaz y desagradable, diré que en el viejo restaurant El Parrón de Providencia, hoy desaparecido, solía darse en la realidad un milagro etimológico: el encuentro del engolado con su gula, favorecida en este caso por los sándwiches de mechada y las ocasionales parrilladas de interiores.