Chile se prepara para una gran reforma de su sistema educativo como no lo ha hecho en generaciones. El modelo de desarrollo social y económico que adoptamos hace 30 años, también aplicado a la educación escolar y superior, no ha dado buenos resultados -al menos en este ámbito- cuando comparamos nuestras competencias básicas con las de otros países. Hemos llegado al punto en que hablar y escribir correctamente, comprender lo que se escucha y lee, saber aritmética, todo aquello que es instrucción elemental, en Chile es un privilegio. Tal desequilibrio es la receta para un desastre. Sorprendentemente, el diagnóstico no provino del Estado, sino de los mismos estudiantes que, en cosa de meses, trastornaron la agenda política hasta convertir el debate sobre educación en el gran tema de la última campaña presidencial. En los tiempos que corren, tal vez gracias al nuevo orden de las comunicaciones instantáneas, la juventud no es el futuro: es el presente.
En lo fundamental, la reforma apunta a la efectiva integración social, hoy imposible pero indispensable para nuestro desarrollo. Refundar la educación pública escolar y superior para que vuelva a ser de tal calidad que ricos y pobres prefieran estudiar juntos, bajo los mismos principios republicanos que inspiraron la buena instrucción que Chile ofreció, y con mucho orgullo, hasta hace pocas décadas. En la expresión de estos principios, la arquitectura ha tenido siempre un rol decisivo: los ambiciosos programas de educación pública desde Balmaceda en adelante, incluyendo a Ibáñez en su primer período y a Pedro Aguirre Cerda, célebre por su lema de campaña "Gobernar es Educar", fueron materializados en excelentes edificios, verdaderos palacios, como la imagen del Estado espléndido. En 1937 se creó por ley la Sociedad Constructora de Establecimientos Educacionales, responsable de levantar en todo el territorio las escuelas y liceos que hasta el día de hoy admiramos por su calidad y el modelo que representan. La Sociedad fue disuelta en 1987, de la mano con la municipalización y privatización de la educación escolar.
Hoy, el concepto de integración social de la educación pública deberá trascender el ámbito de aulas y patios para ayudar también a equilibrar las carencias que barrios y comunas de todo el país han acumulado tras décadas de pésima planificación urbana. El colegio deberá ser concebido de tal manera que propicie el encuentro de la ciudadanía y estimule el desarrollo comunitario, sus actividades culturales y deportivas, su convivencia y cultura cívica. "A nuevo orden, nueva arquitectura", reza un antiguo dicho. Un enorme desafío disciplinar en el umbral de las reformas anunciadas.