Cuando el lector termina de leer la primera novela que publica el periodista Juan Cristóbal Guarello, queda con la impresión de que su texto fue escrito con rabia, con una ira que el autor a duras penas podía contener mientras escribía, y que no puede menos que transparentarse en el corrosivo sarcasmo del discurso de su narrador. Y no es para menos, porque el propósito de Gente Mala es imaginar lo que sucede durante el tiempo que separó el secuestro del niño Rodrigo Anfruns, ocurrido el 3 de junio de 1979, y el descubrimiento de su cadáver once días después. Lo malo es que desde un punto de vista literario tal cólera, moralmente justificada por cierto, perjudica la estructura y la consiguiente verosimilitud de lo que se cuenta.
El relato comienza cuando un comando perteneciente a un organismo militar denominado "la organización", fácilmente identificable con el CNI de esos años, debe secuestrar a un niño con el propósito de chantajear a su abuelo, debido a conflictos que existen entre este y el general Mena, director de "la organización". Pero los miembros del comando raptan a un niño equivocado. Durante las primeras páginas de la novela, el discurso avanza y retrocede en el tiempo para proporcionar los antecedentes que condujeron a este trágico error. Una vez que hemos adquirido la información indispensable, el relato continúa linealmente siguiendo las reacciones que la equivocación provoca en los participantes del plan y el orden cronológico de los acontecimientos que, dentro del mundo de la novela, conducen a su macabro desenlace. Pero la indignación del narrador permea a tal punto las situaciones que tienen un referente real y las que imagina para llenar los vacíos dejados por aquellas, que deshumaniza a los personajes. Son seres siniestros, abyectos y demonizados o fantoches de grotescas operetas, con rasgos de fealdad física o moral tan excesivamente exagerados que terminan destruyendo la indispensable intimidad entre el lector y el relato: después de una conversación telefónica sostenida por el general Mena y Su Excelencia a altas horas de la noche, su esposa descubre que "justo en el centro de los cachetes, una raya acuosa y color canela manchaba su pijama". Willy, miembro del comando encargado del secuestro, es un asesino y torturador al servicio del ejército, de inaguantable hediondez corporal, que goza lanzándose eructos y pedos pestilentes; otro miembro del comando es un ex sargento y delator profesional obsesionado con relaciones sexuales imposibles. El capitán Alzamora, autor del plan del secuestro, es un asesino sin escrúpulos y un psicópata sexual que somete a su esposa a las más humillantes vejaciones. Su jefe directo, el coronel Salas, es otro asesino con diferentes problemas sexuales que sueña con acostarse con la esposa de Alzamora.
La mayor debilidad de la novela radica, sin embargo, en el punto de vista que Guarello ha asignado a su narrador: es tan cercano a los personajes, que a pesar de que utiliza un estilo permanentemente sarcástico, a veces cuesta distinguir si las opiniones y emociones que se manifiestan en el discurso son suyas o de aquellos. Alzamora mira en la televisión la noticia del rapto, donde es entrevistado "un flaco de bigotes, con pinta de buena persona, que resultaba ser el padre del niño". La esposa del general Mena observa en otro programa a una "familia de proletas" que acaba de ganar un Fiat 600. ¿Sentimientos de los personajes o palabras de un narrador que mira con sarcasmo a moros y cristianos?
Novelizar un episodio tan absurdamente trágico y doloroso de la historia delictual chilena exigiría un tratamiento literario muy distinto al que posee en este relato. Gente mala solo queda a nivel de una novela sensacionalista porque su autor no acertó en la construcción del argumento y en la personalidad del narrador que lo cuenta.