“La Vida doble” y “Un enemigo del pueblo” estremecen. Arturo Fontaine y Marco Antonio de la Parra en “La Vida Doble” toman una historia real, conocida, y tratan de llegar a una interpretación más justa. Bosco Cayo, casi sin cambiar la obra de Ibsen, la emplea como una forma de atacar a los políticos, a quienes los eligen y a la democracia que juzga insuficiente. En ambos casos el acento está puesto en efectos propiamente teatrales.
Lo central en “La vida doble” es la actuación de Paula Zúñiga. Tres actores la acompañan, cada uno interpreta diferentes personajes; ejecutan a ratos movimientos de ballet en los que expresan violencia o sensualidad, pero están en segundo plano. El ritmo y la intensidad los da la protagonista. Comienza con un veloz relato del asalto a la casa de cambio y su apresamiento. La vemos resistir la violencia de los apremios, tener una breve etapa de libertad y luego quebrarse ante la amenaza de afectar a su pequeña hija. Modula con destreza en cada etapa sus recursos de actuación.
No se aminora el horror ni la degradación, pero los vemos en ambos bandos. No se atenúa la traición de Irene, pero se indaga en aquello que la llevó a cambiar. La obra intenta comprender, más que enjuiciar. La dirección de Claudia Fernández se centra en potenciar la actuación de la excelente actriz que es Paula Zúñiga.
La denuncia de Ibsen en “Un Enemigo del Pueblo”, impactó desde su estreno. Toda Europa advirtió que allí había una verdad irrefutable, las autoridades ocultan aquello que afecta a sus intereses políticos y económicos. No fueron necesarios muchos cambios para que la versión de Bosco Cayo y el Colectivo Zoológico tuviera plena vigencia en Chile. El descubrimiento de una bacteria que contamina las aguas de un balneario en la obra de Ibsen es aquí la contaminación de las aguas por los desechos de una planta de celulosa en el Sur. La tesis de que el principal problema no es la contaminación sino la carencia de principios morales tampoco necesitó de cambios.
En lo que sí innova la compañía es en el juego de imágenes y en la forma en que logra la participación del público. La acción se desdobla en teatro y cine. Los actores están en un escenario dentro del escenario y sus actuaciones se proyectan con una cámara en directo cuando las cortinas de ese escenario interior se cierran. Se logran así primeros planos sin perder el sentido de acción directa. Es un buen logro, pero el mayor impacto se produce cuando, en rápido movimiento, el escenario interior gira completamente, se encienden las luces de la sala y todos los espectadores pasamos a formar parte de la asamblea que se ha convocado para decidir qué se hace con esa denuncia. Todo sufre un vuelco. Aún los más amigos piden a Guillermo Stockmann, que abandone su investigación porque traerá la ruina económica del pueblo. Guillermo, muy bien interpretado por José Manuel Aguirre, toma la palabra y dice que el problema no es la contaminación de las aguas sino la pestilencia de la clase política y de quienes los eligen, “entonces tal vez, no son los políticos los que dan asco, sino el público que los elige” y llama a no votar. Al terminar el discurso somos invitados a expresar nuestro punto de vista. En la función en que estuve, durante largos minutos nadie dijo nada. Se sentía la presión en la sala, pero luego comenzaron las intervenciones; en la primera una espectadora pidió mayor respeto al público, varias mostraron su reprobación a los políticos y la última intervención fue el testimonio de un ingeniero hidráulico que trabaja precisamente en descontaminación de aguas servidas y había sufrido las limitaciones que ponen las autoridades por la presión que ejerce el poder económico. La obra de Ibsen mantiene plena vigencia.
Ambas puestas en escena son reescrituras. Plantean otra mirada a los problemas y han puesto su acento en lo teatral. En “La Vida Doble” se ha confiado en la calidad de la actuación de la protagonista, en “Un enemigo del pueblo” el énfasis se ha puesto en la proyección de imágenes producidas en directo y en lograr que el público participe.