Hondos vínculos familiares y profesionales unieron con Chile al rumano estadounidense André Racz (1916-1994); sin embargo, resulta un desconocido para nuestro público. Es, pues, mérito de la Corporación Cultural Las Condes el entregarnos, junto a Fundación Itaú, una amplia visión de su obra. A diferencia de otro caso actual, este sí constituye un redescubrimiento valioso. De Racz se nos muestran pinturas, grabados y, sobre todo, sus magníficos dibujos a tinta. Al mismo tiempo, una reconstrucción de su taller, donde no falta una imagen barroca de la Virgen María y un textil precolombino. De acuerdo a lo expuesto, los trabajos más tempranos -mitad de los años 40- conservan aún los influjos de Picasso y cierta huella surrealista: la serie de ocho grabados sobre Perseo y la Medusa, donde el héroe hasta alcanza, curiosamente, la fisonomía de un gallo. Persistencia perenne demuestra, en cambio, el expresionismo; por ejemplo, las escenas un tanto narrativas que aglomeran personajes desnudos. De su labor pictórica cabe hacer notar el cromatismo poco acertado, cuando se enciende y se torna multicolor. Ocurre en los gouaches con escenas religiosas, de 1945; en las acuarelas pintorescas -de los años 50, rincones itálicos y de Valparaíso- del cuaderno de apuntes. Quizá el logro pictórico mejor resuelto resida en el pequeño óleo de 1948, que capta al artista comiendo sandía con gesto huraño.
Por el contrario, si de dibujos se trata, el artista se hace admirar en una medida que el espectador no esperaba. Potencia, vigor extremo del trazo y del espeso claroscuro expresionista caracterizan su obra, sobre todo con tinta y ocasional concurrencia de coloraciones sombrías, escasas. Medios semejantes, y la feliz integración de expresionismo y abstracción, le sirven para alcanzar la cumbre con los costeros paisajes rocosos de Maine (USA). Aquí, paradójicamente, algunos destellos románticos se deslizan dentro de estos amplios formatos. Ejecutados entre 1958 y 1969, la grandeza natural que interpretan convierte las masas de rocas en dramáticos protagonistas, capaces de empequeñecer el rol de sus acompañantes habituales: brazos de mar, cielos cerrados, construcciones habitacionales humanas.
Un genuino hallazgo iconográfico de Racz ofrece el tema del pájaro en caída libre, abatido o ya muerto. Destaquemos los ejemplares de 1951 y 1961, cuyo efecto de movimiento aéreo, brutalmente interrumpido, asombra. Asimismo, originales y de una fuerza formal notable, aparecen sus visiones vegetales. Esos bellos dibujos de plantas florecidas semejan, por momentos, estampidos venidos desde lo hondo de la tierra. Las láminas de este tipo que incluyen color sí lo entregan con mesura y primor. Ello no impide que aquel deje ver tintes sangrientos: la floración de 1968. Respecto a los autorretratos de argumento más convencional, descollan uno en tinta y sepia, de 1960, y otro -1955, carboncillo- de ánimo trágico.
Mirando a Miró
Grande y flamante espacio artístico en nuestra capital, Centro de las Artes 660 (Rosario Norte con Presidente Riesco). Aquí, la amplitud física se impone a la dureza arquitectónica. Antes de ingresar a las espaciosas salas, nos reciben las seis caras desplegadas de un Matta de 1960 -"Étre atrou"- y el arte óptico en las mejores manos, las del siempre admirable Jesús Soto. Para su inauguración, este centro escogió muy bien. Aunque ya habíamos visto buenos Miró en Santiago, nunca antes nos visitó un conjunto de las actuales dimensiones. Desde luego hay numerosas pinturas, junto a gráfica y escultura, de entre 1931 y 1978, provenientes del acervo familiar y de la Fundación Miró. Si bien echamos de menos sus célebres constelaciones, lo exhibido amplía nuestro conocimiento del artista español.
El automatismo psíquico, las simplificaciones formales, la alegría juguetona y los ocasionales arranques agresivos, el mundo de signos y símbolos que le son tan genuinos, las figuras abstraídas de mujeres y pájaros desfilan, así, ante nosotros. Dentro del ámbito pictórico, acaso dos obras magníficas podrían materializar, además a través de cierto grado de minimalismo, cimas del sector: "Poema" (1974), paisaje de vastedades sugerentes y de concurrencias enigmáticas; "Dos aves de presa", acrílico en blanco y negro pleno de riqueza iconográfica y vigor dinámico. También emociona la sencillez formal de "Pintura" (1960), óleo, masilla y lápiz con las vetas del soporte de madera como otro personaje. O los tres cuadros con siluetas negras que nos engullen, mirándonos. Entre los grabados sobresale el vigor visual de los 12 en formato extenso, de 1974-1978. Sobre papel de producto comercial, no podemos dejar de recordar "Perro" (1978), tinta y lápiz que parece adentrarse en la esencia anímica misma del protagonista. En cuanto a las esculturas, asombra la inventiva fantástica de Miró, al emplear objetos de desecho muy diversos. Ensamblados, provocan estos volúmenes vibrantes de sugerencias y belleza, para enseguida fundir cada conjunto en bronce. Por ejemplo, las dos "Cabeza" de 1968 y 1969, "El reloj de viento" (1967) y su inolvidable caja de cartón.
"RACZ, UN MAESTRO POR DESCUBRIR"
Retrospectiva, donde los trabajos a tinta se hacen admirar, especialmente.
Lugar: Corporación Cultural Las Condes y Fundación Itaú.
Fecha: Hasta el 28 de septiembre.
"JOAN MIRÓ, LA FUERZA DE LA MATERIA"
Valioso conjunto de uno de los grandes del siglo XX.
Lugar: Centro de las Artes 660.
Fecha: Hasta el 26 de octubre.