Doce fotógrafos peruanos de nuestros días se presentan en el Museo Nacional de Bellas Artes. Ellos demuestran las capacidades expresivas actuales de la fotografía digital. Bien montada en el ala sur del museo, cuenta con algunos envíos realmente descollantes. En primer término seis nombres. Uno corresponde a una decana conocida entre nosotros, Cecilia Paredes. Esta vez es el registro de tres performances suyas de los últimos años. Recurren a su imaginería característica: la figura humana oculta por capas espesas de telas estampadas, cuyo claroscuro delicado dinamiza el conjunto entero. Particular atractivo poseen las de 2014: insinuantes, refinadas, dejan ver brazos o manos que manifiestan estados de ánimo con gotas de humor. Bastantes más jóvenes, pero no menos atractivos, resultan Christian Fuchs y Luis Martín Bogdanovich. Sumamente imaginativos ambos, el primero recalca, mediante tomas impecables y voluntad burlesca, el realismo heroico del siglo XIX con sus autorretratos de héroes patrios, donde el mismo encarna personajes de uno y otro sexo. Recuerdan a los de Gil de Castro, observados con escepticismo actual. A la inversa, Bogdanovich se inspira en el romanticismo germano de la misma centuria, exacerbándolo. Recrea, así, doce sublimes visiones a la manera de Caspar David Friedrich, enfrentando a un joven elegante con la naturaleza plena. En esta ocasión, sí se establece acertado vínculo entre el autor y una decimonónica pintura peruana romántica del museo: Tres Gracias púdicas, soñadoras.
A nuestra época y sus falencias sociales alude “Ocupa”, de Sergio Fernández. Aporta cinco amplias imágenes de arquitectura ya elemental, ya precaria en medio de un desamparado escenario desértico. El sencillo y depurado contrapunto entre construcción y entorno genera una tensión dramática poderosa. Una decena de proyectores de diapositivas nos entregan una secuencia de rango cinematográfico de Fernando Gutiérrez Huanchaco. Con su propia e irónica concurrencia actoral narra una especie de zaga popular con la entronización redentora del fútbol patrio. A ámbitos bien distintos de los expositores anteriores nos conduce José Carlos Orrillo y sus apenas reconocibles “Guardianes”. Formaciones rocosas y el efecto simétrico da origen a figuras enigmáticas, violentas, inquietantes. Esta suerte de engendros inhumanos evocan, acaso, la “Guerra de las galaxias”.
Tres de estos participantes norteños, aunque bien diferentes entre sí, coinciden en visiones urbanas casi siempre en blanco y negro. De ese modo, Felipe Llona emprende juegos formales con reflejos de rascacielos y edificios habitacionales, capaces de abstraerse en un ritmo sincopado. Nicole Franchi, por su parte, con pulso seguro se vale del montaje para enmarañar sentidos de tránsito metropolitano; conquista, así, una lógica insólita de territorios trastocados. Collages de grises esfumados permiten a Hans Stoll transmitirnos la sensación de los típicos cielos encapotados sobre Lima o bien, neblina mediante, emergencias desde el mar de una isla enigmática. Completan la encomienda fotográfica Aisha Asconiga, Macarena Rojas y Fernando Otero. La segunda y el tercero proponen instalaciones. Más poética y delicada, formalmente Rojas no se muestra por entero unitaria y su imaginería ostentan un interés variable. A Otero, de origen hispano, le falta mayor significación iconográfica y sus repeticiones se tornan fatigosas. Los collages de Asconiga son manejados de una manera un poco superficial y a sus Misses les falta mayor penetración burlona.
Insistiendo en el objeto
Alrededor del objeto, reflexionan 17 artistas visuales chilenos. Pero casi la mitad de ellos, estrictamente, no lo tienen como fundamento capital de sus obras. A pesar de eso, algunos logran trabajos muy significativos y novedosos. Por ejemplo, Félix Lazo y Antonio Becerro. De veras hermoso, el aporte abstracto del primero obtiene dinámico equilibrio de la geometría volumétrica y del color. La personal instalación de Becerro continúa su excelente serie de perros, hace poco mostrada en el Bellas Artes. Como en el caso de ambos, en general aquí los productos del presente año lucen una frescura y atractivo especiales. De esa manera, Fabiola Hernández y Rodrigo Bruna hacen de las domésticas, y a la vez agresivas, tijeras de jardín su gran protagonista. Ella la utiliza, sin complementación ninguna, en la construcción de una ágil cortina modular. Bruna se limita a serializar una silueta cerrada, que concreta mediante sal blanca sobre el piso y en dúo eficaz con la elaboración anterior. Imaginación y fino sentido de la esencia del objeto encontrado, naturales o de desecho, demuestra María Ignacia Edwards. Los exhibe ya solos o ensamblados, aunque siempre autónomos. Bastante particular resulta el conjunto de Rainer Krause, ejecutado en 2000. Se trata de pinturas con sintetizadas figuras geométricas, sujetas a creativos errores —a tela deformada por chichones— y donde el lienzo mismo se convierte en objeto.