Un problema menos: Jorge Sampaoli confirmó su estadía al mando de la selección hasta el final del proceso rumbo a Rusia 2018. La permanencia del técnico, sin que ahora medie un compromiso moral ni una cláusula contractual, da pie para entender los tres objetivos centrales de la selección -Copa América 2015, clasificatorias y Mundial- como un continuo. Si bien la prolongación no es garantía de éxito, a lo menos el riesgo de cambio de mando disminuye el margen de fracaso.
Es en el proceso de renovación para enfrentar los próximos desafíos donde la estructura sigue inconexa. Por alguna razón que cuesta entender, porque va contra toda lógica de trabajo coordinado, hace varios años que las selecciones menores dejaron de responder jerárquicamente al seleccionador nacional y a operar independientemente del trabajo del equipo adulto, salvo para concertar algunos entrenamientos o partidos amistosos de preparación. Para muestra, un botón: el propio Sampaoli, en la reunión donde expuso su trabajo como entrenador, no se quejó de la indiferencia, pero comentó con algo de sorpresa que nunca tuvo un intercambio de ideas con Mario Salas cuando este era entrenador de la Sub 20.
Si el modelamiento futbolístico de los representativos jóvenes es lo que verdaderamente importa, resulta curioso que el énfasis por el cumplimiento de una labor escalonada no sea primordial entre quienes adoptan la decisión de contratar a los entrenadores y quienes asumen como tales, más allá del seguimiento que haga el cuerpo técnico de la selección adulta de los aspirantes. Cuando se trata de equipos menores, el principio de cómo se juega es igual de relevante al resultado. La identidad del juego, lo que tanto se le ha elogiado a los equipos chilenos dirigidos por Marcelo Bielsa y Sampaoli, no es un atributo que se cautele al instante de separar las cabezas de mando de los mayores y los menores.
Es muy posible que el remozado contrato del seleccionador adulto desdeñe tuición alguna sobre las categorías menores. Y tal vez, en la óptica cortoplacista, sea una determinación práctica, porque la base del plantel seleccionado aguanta un ciclo de otros cuatro años y la renovación no requiera de un trabajo de acompañamiento riguroso ni de un intercambio de información con Hugo Tocalli y compañía.
Las dudas son cuánto pierden las selecciones nacionales en la generación de talentos por esta separación de mandos; cuánto conocimiento queda confinado en cuatro paredes porque en este divorcio uno no quiere desviar atención de su propósito superior y el otro quiere autonomía técnica, y cuánto de esta disfunción pasa porque la dirigencia quiere ahorrarse unos pesos y varias exigencias técnicas al no darles a los menores el mismo estándar de preparación que a los adultos.