El verano está en su apogeo en Europa. En Roma, las calles bullen de turistas acalorados que visitan cuanta ruina y museo pueden cada día. Los mozos en los cafés y tratorías, con precios exorbitantes, sirven el capuccino o los spaghetti lo más rápido posible para recibir a nuevos comensales. Los romanos quieren escapar de la ciudad. Nadie parece preocuparse demasiado de la política: los locales tienen esperanzas en Matteo Renzi, el joven y entusiasta Premier. Hasta ahora ha presentado un proyecto fundamental de reformas políticas, pero ha sido lento en mostrar las cartas para los recortes del gasto, indispensables para sobrellevar la gigantesca deuda pública e impulsar la economía, que requiere con urgencia ser más competitiva. Primero dijo que necesitaba cien días, ahora ha pedido más tiempo, tres años quizás. Su falta de experiencia política le jugó una mala pasada y recién se da cuenta de que en Italia las cosas demoran.
En Grecia, las vacaciones parecen interminables para los miles de jóvenes que llegan de toda Europa a carretear, y para los no tanto que buscan juntar energía solar para el invierno. Según los datos, esta ha sido la mejor temporada turística en diez años. Y eso se palpa en cualquier isla. En Paros, por ejemplo, en las noches las tabernas con sus mesas apretujadas a orillas del mar no dan abasto para atender a los cientos de veraneantes que llegan a comer un buen plato de tomates con queso feta, pescado fresco o deliciosos pulpitos fritos. Los entendidos dicen que Grecia está en vías de recuperación económica, que este año va a crecer por primera vez desde 2008, y que el desempleo ha aflojado. En todo caso, el gobierno todavía tiene que completar las reformas exigidas por la troika (la UE, el FMI y el BM) en el severo programa que se le impuso cuando la Unión Europea fue en su rescate. O sea, terminado el estío, los griegos tendrán que seguir apretándose el cinturón.
La otra cara del verano europeo, menos divertida y complaciente, la viven los líderes políticos de la UE. No solo por las dificultades del euro. Ucrania, Gaza, Siria, Irak están a la vuelta de la esquina. No hay soluciones fáciles para esas crisis y ellos tienen responsabilidades que asumir. La dependencia del petróleo y del gas rusos los inhibe de tomar medidas extremas para castigar las audacias de Vladimir Putin. Recientes sanciones fueron timoratas y no van al cuello del sistema. Con tan alta popularidad en casa, Putin solo reaccionará cuando pierda el apoyo de la gente que resulte afectada.
En tanto, el Medio Oriente hierve, y los líderes de la Unión Europea trabajan a la par con Estados Unidos, algunos países árabes y la ONU en busca de la esquiva solución que pacifique la Franja de Gaza. Se requiere una salida de largo plazo, que dé a Israel tranquilidad -pero no a cualquier costo-, y a los palestinos finalmente un Estado. Un cese el fuego, el desarme de Hamas, la apertura de los pasos fronterizos que alivien las penurias humanitarias, no serán suficientes para estabilizar la situación, que no puede ser tan precaria como la anterior.
A cien años del comienzo de la Primera Guerra Mundial, nadie olvida las lecciones de ese verano autocomplaciente.