De niño, en mi colegio de provincia, "turco" era un vago aunque hiriente insulto que se aplicaba, erradamente, a los miembros de la abundante colonia árabe y palestina. Nunca, en mi mente infantil y adolescente, comprendí la razón por la que la "gente bien", la "aristocracia provincial" usaba ese epíteto negativo, ni cuáles eran los criterios que servían para emplearlo. En verdad, no advertía diferencias notorias y constantes entre un "turco" y un "no-turco" y, menos, algunas que me movieran a alejarme siempre de uno y acercarme siempre al otro. El racismo, pienso ahora, es una ideología de viejos amargados, ignorantes y sin imaginación. Pero, además, la minoritaria colonia italiana -a la cual pertenecía mi familia- era, por esencia, porosa y flexible, y mantenía vínculos cruzados con moros y cristianos. Así, entre mis mejores amigos y amigas de colegio guardo un recuerdo cálido y sonriente de aquellos "turcos" y "turcas" de entonces, queribles, apasionados, alegres, pero estigmatizados ¡por nada! Después del "golpe", algo inusitado se produjo a nivel social en este callado enfrentamiento: el liberalismo brutal de los primeros años del gobierno de los "milicos" (disculpen, así los llamábamos en casa) enriqueció enormemente a los laboriosos y diligentes "turcos" y, al revés, empobreció a los orgullosos y complacientes "no-turcos". Y, el dinero, bien lo sabe usted, lector, posee un poderoso potencial legitimador.
De modo que muy pronto se empezó a producir lo que el príncipe Salina denomina "la lenta sustitución de las clases", la única regularidad, según él, que es posible formular en medio del tumultuoso fluir histórico (el príncipe Salina es el exclusivo opinólogo político al cual le tengo confianza, y su pensamiento se halla, para fortuna de los que padecemos de cierta pereza mental, resumido en un único libro, magníficamente escrito, "El gatopardo"). Pues bien, en perfecta concordancia con la ley de Salina, en un par de décadas los unos aparecían ascendiendo hasta la cima y los otros descendiendo hasta el valle e, incluso, la sima.
Hoy, ese epíteto racista cayó en el olvido para la inmensa mayoría (enhorabuena), fase final de la ley Salina, por lo demás, y el adjetivo "turco" fue recuperando su auténtico significado, para volver a mí, ahora, de la mano de Orhan Pamuk y de algunas entretenidas y muy bien logradas telenovelas turcas.