Tras 110 años de ausencia, lo que implica un nuevo estreno en Chile, "Lakmé" (1883), de Léo Delibes (1836-1891), volvió a subir a la escena del Teatro Municipal de Santiago. Maximiano Valdés, al frente de la Orquesta Filarmónica, enfatizó la expresividad langoureuse de esta música y la riqueza armónica que habita en una partitura que, tanto en el aspecto melódico como en su orquestación, es muy inspirada. Se necesita comprender ese encanto para llevar bien esta obra y Valdés lo consiguió desde el primer momento, con su dirección detallista y refinada. También logró un adecuado tránsito desde los momentos íntimos, que son los que dan valor a este título, a las escenas colorísticas (ceremonias religiosas, danzas, invocaciones a los dioses), donde domina el uso de escalas modales.
No hay necesidad de convertir el escenario de "Lakmé" es una postal hollywoodense de la India ocupada por los ingleses; lo importante son las emociones desplegadas y lirismo de un relato exótico amoroso. Así lo entendió el régisseur , Jean-Louis Pichon, quien optó por una puesta transparente sumergida en tonalidades que van desde el blanco y el gris al azul cielo, en una sencilla e imaginativa escenografía de Jérôme Bourdin (responsable también del rico vestuario) basada en una suerte de túnel de óvalos concéntricos envuelto en una delicada luz diáfana (Michel Theuil). La régie pareció cuidar cada paso de los cantantes, pero resultó demasiado estática a la hora de exponer las pasiones en juego y, en especial, el ambiente popular. En este aspecto, estuvo mejor la descripción del acercamiento británico -turístico más que militar o de interés social-, cuya caricatura no se excedió. Las coreografías de Edymar Acevedo cumplieron con su función decorativa.
La rusa Julia Novikova (Lakmé) encontró plenitud expresiva en las escenas finales, donde pudo expandir su material vocal lírico. Ella no es una soprano ligera de coloratura al estilo de Mado Robin o Mady Mesplé, y por eso en su "Où va la jeune indoue" los sobreagudos fueron emitidos no a voz plena sino en piano , lo que impide lucir toda la flexibilidad que se necesita; en cambio, en "Dans la forêt près de nous" y en el hermoso "Tu m'as donné le plus doux rêve", donde los centros son más importantes y ella puede hacer líneas largas hacia el agudo, Novikova triunfa. Es una cantante muy interesante, a la que se quisiera escuchar en algún Mozart o en Sophie de "El Caballero de la Rosa" (Richard Strauss).
El tenor canadiense Antonio Figueroa -el único de dicción francesa irreprochable en el elenco- tiene un material personalísimo, de rara belleza y canta con gusto exquisito, lo que es ideal para Gérald. El problema es que el cuerpo de su material es para un repertorio camerístico, salvo que consiga sacar su voz central de la garganta para encontrar apoyo en los resonadores de cabeza, que sí utiliza en los agudos. Su natural apostura le sirve para este rol, pero es necesario que desarrolle mejor su participación escénica.
La mezzo Nerea Berraondo (Mallika) encantó con su bella presencia y con una voz de riqueza tímbrica que lució en el famoso dúo con Lakmé ("Dôme épais le jasmin"). Correcto el bajo Leonardo Leiva (Nilakantha), en un rol de tesitura exigente en la zona alta. Muy bien el resto del reparto: Aimery Lefèvre (Frédéric), Madelene Vásquez (Ellen), Daniela Ezquerra (Rose), Rony Ancavil (Hadji) y Claudia Godoy (quien demostró otra vez su instinto teatral en el retrato de Mrs. Bentson). El Coro del Teatro Municipal (dirección de Jorge Klastornick) exhibió un canto cuidado y maleable, de sonoridad roma y evocativa en las invocaciones a los dioses, bien diferenciado en la vibrante variedad que piden las escenas callejeras.