La valoración de la selección en Brasil 2014 tiene que diferenciar el plano emotivo del futbolístico. Si nos quedamos pegados en el infumable "lo dieron todo" y sus derivadas "la entrega total", "fueron unos gladiadores", "jugaron de igual a igual", "estuvieron a 12 centímetros de hacer historia", lo más probable es que terminemos recordando esta eliminación como una gesta heroica que no fue y que concluyó con una definición dramática, como suelen ser todas las tandas de penales cuando se disputa algo de por medio.
Chile respetó la identidad futbolística que ha configurado con Bielsa y Sampaoli, y bajo ese parámetro cumplió el objetivo central de clasificar a octavos de final en los últimos dos mundiales. En ese sentido avanzamos sin discusión, y el partido que se hizo en Belo Horizonte ante Brasil solo confirmó la fuerte personalidad de sus jugadores líderes, la consecuencia del equipo con su ideario de juego y la pragmática coherencia de su técnico.
¿Que pudimos haber llegado más lejos? Cierto. Pero no lo hicimos. A Chile le faltó jerarquía para superar el planteamiento de Holanda y categoría para ganar en los lanzamientos penales a un Brasil pequeño, ahogado por su impotencia, rogándole al Santísimo que el rival no acertara y casi llorando de miedo por el desastre que podía venir. Punto. Y no volvamos con la monserga de la mala suerte, porque para vivir recordando el travesaño de Pinilla, ya tenemos completo el almanaque de desgracias con el extravío de Manuel Plaza en el maratón de Amsterdam 28, el pisotón al "Tani" Loayza cuando disputaba el título mundial con el norteamericano Goodrich, el foul al "Gringo" Nef en la final de la Copa Libertadores 73, el penal de Caszely en España 82 y un listado tan largo como penoso.
Nos quedamos en los octavos de final, al igual que en Francia 98 y Sudáfrica 2010. Y cuando decante el comprensible estado de exaltación nacional homologada con la hombría del Gary, la entrega de Vidal, la pachorra de Alexis y la vergüenza deportiva de todos los demás, y se silencie el coro de fanáticos aduladores que suele formarse en estas circunstancias y que contagia a una masa hambrienta de triunfos deportivos, tendremos que asumir que no ganamos nada concreto pese a subir varios peldaños de respeto en la escala de consideración del fútbol mundial. Un ascenso que servirá para cobrar algo más que ahora cuando inviten a jugar un amistoso internacional, pero que en nuestra historia quedará como el gran episodio que no fue. (Entre paréntesis: ¡qué cruel será en unas décadas más el recuerdo estadístico con Gonzalo Jara, con un semiautogol y el penal decisivo errado ante Brasil, pese a haber jugado un gran partido!).
La necesidad de enfriar el corazón, bajar las pulsaciones y racionalizar los futuros desafíos es urgente. Independientemente de lo que suceda con la continuidad de Sampaoli, Brasil 2014 ratificó que tenemos un número limitado de excepcionales jugadores, pero no un plantel seleccionado capaz de equiparar y menos suplir esa columna vertebral del equipo (Bravo, Medel, Vidal, Sánchez), ni siquiera a otros que se han convertido en piezas clave (Díaz, Vargas o Jara, por ejemplo). A gran parte de este grupo le queda aún otro ciclo mundialista para conquistar logros mayores, pero requiere de un potenciamiento de las generaciones más jóvenes, porque sería abusivo pretender que durante cuatro años solo ellos carguen con este peso brutal, como también utópico asumir que el espíritu batallador y la mentalidad ganadora se transmitirán por generación espontánea a los que vienen de abajo, muchos de los que aún no se han empapado de la verdadera competencia internacional.
El Mundial ha dejado una aquilatable experiencia, pero suponer que la diosa fortuna eliminó a Chile y que a partir de lo existente somos candidatos a la Copa América 2015 o a clasificar para Rusia, es de una simpleza que linda el fanatismo. Prefiero pensar que este grupo de talentosos jugadores sigue en deuda y que la expresión popular de agradecimiento de su pueblo, como pudo ser la del domingo pasado en La Moneda, es íntimamente leída por ellos como un elogio inútil mientras no haya un trofeo que alzar.