Raquel Argandoña, María Luisa Cordero y Pamela Díaz ya no están. La TV se deshizo de ellas porque, eufemismos de menos o de más, nunca fueron fáciles de controlar, siempre fueron activos tóxicos, figuras impredecibles e imposibles de manejar, tanto para los ejecutivos a cargo del control editorial como para animadores con poco aplomo para moderar. Congelamientos, disculpas públicas y salidas abruptas de pantalla han sido parte de su cuestionable carrera comunicacional.
El problema con la tríada de opinólogas que hoy está fuera de la TV es que más de una vez confundieron la vulgar ofensa con el ejercicio de la opinión, de la libertad de expresión. Porque esa práctica fundamental, en un medio de comunicación masivo, regulado por leyes, dictadas por los representantes elegidos por la sociedad, encuentra precisamente en esta última su límite final.
Por ejemplo, la reciente salida de María Luisa Cordero de las pantallas de Canal 13 no se debe solo a un pésimo sentido de oportunidad. Haber dirigido comentarios salpicados de clasismo y racismo hacia los futbolistas de la Roja, justo cuando ellos encarnan símbolos de unión nacional, es no saber empatizar con la audiencia que alguna vez la puso donde llegó a estar. Y el que 347 denuncias se realizaran ante el Consejo de TV, no es sino la expresión de la ofensa que ella cometió no contra un jugador cualquiera, sino que -a esas alturas de Mundial- casi contra un familiar.
Si todos los que alguna vez sintieron que los dichos de un opinólogo podían ofender a otro -y a su respectiva familia-, hubiesen sido personas más dispuestas a valorar la dignidad ajena que a sentarse pasivamente frente a un receptor, la televisión no habría hecho de la farándula un género tan importante de programación. Si la farándula no se hubiera tomado los matinales, programas franjeados de la tarde y más de algún estelar o espacio de telerrealidad, los opinólogos que se distinguían por su capacidad de decir "verdades de frente" -esto es, sin ponerse en el lugar del otro- no habrían llegado a transformarse en personajes tan gravitantes de la realidad nacional.
Argandoña, Cordero y Díaz nunca pudieron -ni quisieron, realmente- dejar de ser un personaje alimentado desde el rating solo por su capacidad de expresar la crítica con sarcasmo, soberbia o crueldad. Por más que la primera haya abierto su intimidad, que la segunda quisiera opinar del acontecer nacional y que la tercera se esforzara por hacerse una animadora de mejor nivel, la maldad ambiente que las nutría y financiaba las terminó por fagocitar. Y, ahora, regurgitar.
Hoy los canales han entendido que la farándula es un género espurio, que necesita reformularse y controlarse, porque las mismas audiencias han buscado contenidos de mayor calidad. Los mismos que alguna vez aplaudieron la crueldad, hoy parecen estar haciendo el ejercicio de empatizar con el resto y de respetar la dignidad. Hacerlo con ellas, y no caer en la fácil descalificación frontal, sería una muestra de bondad.