Al concluir su misión, Sir Oliver Wright, embajador de Gran Bretaña ante la Casa Blanca, fue escueto en su reporte al Foreign Office: EE.UU. necesita amigos. Su diagnóstico sigue siendo válido y debería ser aprovechado por la Presidenta Bachelet en la reunión con el Presidente Obama el próximo lunes.
Seguramente el Presidente estadounidense manifestará su interés y aprecio por la amistad con Chile. No se trata de halagos ni clichés: la soledad de ser la primera potencia mundial requiere la opinión y consideración de amigos que comparten valores e intereses. Que Obama esté de salida y debilitado en su política exterior también ayuda. Lo concreto es que EE.UU. no tiene muchos amigos en Sudamérica. La región está cada vez más fragmentada. Los consensos sobre la democracia y las libertades políticas, sociales y económicas han desaparecido. Las divisiones y restricciones a las libertades se han profundizado por el socialismo bolivariano, el castrismo y los populismos de Correa, Kirchner y Morales. Ellos dominan Unasur y el Mercosur y, junto con Brasil, son contrarios a la Alianza del Pacífico y a las correctas relaciones con Washington. Estamos obligados a convivir con esa realidad sin renunciar al interés nacional de estrechar los lazos con otras alianzas y naciones más afines y que contribuyen mejor a nuestros intereses y a las oportunidades de bienestar y seguridad de los chilenos. Para ello nos corresponde no ser comparsas de los bolivarianos y populistas en el sistema interamericano, abogar por el cumplimiento de la carta democrática, fortalecer la Alianza del Pacífico y coordinar en la ONU la defensa del Estado de Derecho.
Como las relaciones entre los países se mueven por intereses, la tarea es capitalizar la amistad con Estados Unidos bajo el respeto mutuo. Más que el acuerdo Transpacífico (TPP), que puede dominar la agenda de la cita presidencial, interesa a Chile lograr la cooperación estadounidense para abordar nuestras prioridades y falencias en materia de conocimiento y energía. Ellos cuentan con los mayores recursos energéticos y avances en ciencia, tecnología e innovación, con las mejores universidades del mundo.
Es cierto que existen programas bilaterales en estas áreas, pero son claramente insuficientes y distan de ser significativos. A la vez, Estados Unidos debe aceptar nuestro compromiso con América Latina y entender que no debilita, sino refuerza las relaciones bilaterales. También, en su soledad, debe dar valor a nuestros análisis y requerimientos. De eso depende el calibre de la amistad que necesita.
Es legítimo que cada uno adopte sus propias y discrepantes decisiones, pero es inamistoso y contradictorio no considerar las opiniones y necesidades de los amigos -algo en lo que suele incurrir Estados Unidos, provocando desaliento e irritación en la cooperación recíproca-.