En 2011 "la calle" revivió. Tras décadas de ausencia, los "movimientos sociales" hicieron su aparición, y la sensación de que había que cambiarlo todo se apoderó de muchos . Varios intelectuales utópicos de izquierda, exultantes, creyeron ver la revolución del proletariado. Pero se equivocaron, tal como le ocurrió a Marx en 1848. Recuerdo haber oído decir que "no sé si Chile está a tiempo de hacer los cambios necesarios por la vía institucional".
La Concertación se apuró para adaptarse a los nuevos tiempos, organizó el entierro del arcoíris, mandó a llamar a los díscolos y condenó al ostracismo a quienes habían conducido impecablemente el país entre 1989 y 2010.
El aplastante triunfo de Bachelet ante una derecha sin candidatos, sin ganas y sin ideas pareció confirmar el mal diagnóstico. No se dieron cuenta de que la gente salió a la calle no para cambiar el sistema, sino que por un hecho mucho más puntual: el alto precio de la educación en universidades, muchas de ellas de pésima calidad.
Extendido el crédito y bajada la tasa de interés, nunca más se congregaron las multitudes. Así, pasó 2012, 2013, y ahora 2014. Grupos minoritarios, muchas veces anárquicos o mal llamados "libertarios", han intentado prolongar un carnaval que ya no tiene motivos para congregarse.
La reforma educacional es parte central de este mal diagnóstico. Y en medio de la excitación, Eyzaguirre reconoció que había que sacarles los patines a quienes estaban en la educación subvencionada. Sus dos principales asesores, envueltos en la misma borrachera, hicieron lo propio; mientras Crispi llamó a que la calle siguiera activa, Rocco fustigó al presidente de la DC.
Pero en los últimos días todo cambió. Los propios parlamentarios de la Nueva Mayoría han encendido las alarmas en La Moneda S/N y se están dado cuenta -en cada uno de sus distritos- de que la reforma parece no contar con apoyo. Hay cada vez más encuentros, reuniones y asambleas de las familias que tienen un millón y medio de estudiantes en los colegios subvencionados. Y la preocupación crece como la espuma.
El Gobierno se dio cuenta de que si no corrige el rumbo, ahora sí la calle se puede activar. Pero otra calle. Las anchas alamedas de la clase media. Clase media que paradójicamente, en su mayoría, es hija de la Concertación. La calle de quienes no quieren volver atrás y que conocen suficientemente bien las prestaciones del Estado como para desconfiar de ellas.
Lo anterior explica el que el Gobierno haya tenido que intervenir en forma pública y, en cierta forma humillante, al propio Eyzaguirre. Luego vinieron las declaraciones. Andrade reconoció que "no se ha transmitido con claridad" la reforma a la ciudadanía. Mientras tanto Bachelet ha salido dos veces esta semana a decir que no se busca terminar con la educación privada. Y Mario Waissbluth, uno de los ideólogos de todo esto, captó que es mejor bajarse de la micro: "Yo no hubiera partido nunca por este proyecto de ley, y menos tres en uno".
Cada vez parece más claro que la lectura fue equivocada y que la tesis de los "cambios profundos o revolución" fue una mirada miope. Y los remedios equivocados a un mal diagnóstico suelen terminar matando al enfermo.
La "calle" no quería ni la democracia asambleísta ni la retroexcavadora ni la bomba atómica. Primero quería solucionar su problema de endeudamiento y luego que se hicieran los cambios graduales para una mejor educación y más equitativa. Primero el interés propio y después el interés general.
La buena noticia es que se está demostrando que en la dicotomía entre "moderación" o "radicalización", Bachelet sólo podrá tomar la primera. Mientras tanto, Eyzaguirre necesariamente se deberá él bajar de los patines si no quiere estrellarse con miles de personas cada vez más escépticas a sus propuestas.
O tal vez lo mejor sería hacer un cambio radical: que llegara alguien a Educación que realmente sepa del tema y tuviera sentido de realidad, como Mariana Aylwin, y aprovechar la coyuntura para hacer volver a Eyzaguirre a la cartera que realmente conoce y que hoy tiene al débil ministro Arenas.
Me temo que esa sí que es utopía. Habría que desenterrar primero el arcoíris...