Es loable la iniciativa del Teatro Municipal de Las Condes de montar ópera y asumir desafíos como poner en escena "Madama Butterfly" (Puccini). Eso no se puede negar y se aplaude, pero hay que tener cuidado y calma. Ir paso a paso. Este es un título mayor, cuyo éxito depende de muchos factores que deben rendir a un alto nivel. De no ser así, el espectáculo queda atrapado en una zona incómoda, agobiado por las expectativas generadas. Y si las cosas no van razonablemente bien, no se cumple el objetivo, pues se desinforma al público inexperto.
Eduardo Browne, al frente de un grupo de solo 23 instrumentistas, no logró transmitir el clima emocional de esta música, que vive en los detalles, en la variedad del énfasis y en una gama infinita de matices. Generalmente plano, sin flexibilidad ni nervio, el sonido resultó un acompañante sin aporte expresivo. Todos los sectores del pequeño conjunto convocado resultaron insuficientes para una partitura complejísima, que exige experiencia en el género. Solo así es posible dar cuenta de la atmósfera trágica, de la influencia "extranjera" que habita en los cambios melódicos y las modulaciones de "Un bel di vedremo" o del "Dúo de las flores", y de cómo el exotismo y las citas (al Himno Imperial, al Himno Americano) terminan por alimentar un clima que es propiamente italiano, suntuoso y expansivo. El coro tuvo mejores resultados, tanto en la entrada de Butterfly como en el coro de pescadores con la boca cerrada, pero en su caso la participación escénica se observó tímida y limitada.
La dirección escénica de Miryam Singer, quien ha obtenido en otras ocasiones tanto éxito con su trabajo como régisseur , esta vez resulta solo a medias. El espacio escénico estuvo bien utilizado en general y hubo aportes de videos con imágenes japonesas, vistas a la bahía de Nagasaki y el florecimiento de los cerezos. Una opción minimalista, seria, que devela amor por la cultura nipona, y que hubiera sido exitosa si el trabajo de actores hubiera tenido mayor vibración dramática, algún interés renovado más allá de lo predecible. El vestuario, colorido y rico en factura, también firmado por Miryam Singer, fue un fuerte apoyo visual junto al delicado juego de abanicos.
El primer elenco contó con la soprano Verónica Villarroel, tan querida por el público, en el arduo rol central. Un papel que ya no es conveniente para su voz y que la puso en apuros en muchos momentos. Ella podría hacer hoy otro repertorio ("La voz humana" de Poulenc, por ejemplo), pero Butterfly se escapa de sus posibilidades actuales. Por cierto, mantiene intacta la autoridad de su estatura como artista, lo que se manifiesta en la forma de decir ciertas frases y en la emoción que pone en ellas. El tenor Gonzalo Tomckowiack se escuchó y vio rígido como Pinkerton, que es, por cierto, un papel ingrato para el que es necesario proponer una personalidad. Estuvo correcto el barítono Javier Weibel como Sharpless, al que aportó la necesaria cuota de prudencia y empatía con la víctima de esta historia, mientras que la mezzosoprano Claudia Leppe, muy aplaudida, fue una Suzuki de intensa vida escénica, buena actriz, aunque con un material vocal desigual. Goro fue encarnado, con aplomo actoral, por el tenor Leonardo Navarro, que posee una voz interesante y de fácil emisión, y al que se quisiera escuchar en un rol mayor.
Maribel Villarroel, hermana de Verónica, encaró la parte de Cio Cio San en la segunda función. Musical y de una seguridad escénica asombrosa, ella tiene una voz lírico-ligera que se plenifica en los agudos, donde aparece un cierto zumbido que le da personalidad, pero que debe tratar de controlar. Su interesante material, sin embargo, no es adecuado para este papel, exigente también en centros y graves. El personaje en sí está delineado con dulzura y encanto, pero queda pendiente el desarrollo de su extenuante escalada dramática. El tenor Pedro Espinoza fue Pinkerton, al que aportó naturalidad y una voz de hermoso color. Javier Weibel repitió como Sharpless y Vanessa Rojas (Suzuki) supo expresar la humildad y tristeza de su personaje. Leonardo Pohl fue un simpático Goro y resultó un aporte sobre el escenario.