Comparado con otros músicos de su tiempo, Alfred Schnittke (1934-1998) fue extraordinariamente prolífico: dos óperas, dos cantatas, nueve sinfonías, ocho conciertos, seis concerti grossi , música para ballet, cine y teatro, una treintena de obras de cámara... Dentro de esa producción, el Quinteto para piano y cuerdas (1972-76) supone un hito. Concebido como un réquiem, su atmósfera es profunda y desolada: un tema aparentemente simple que se desarrolla en cinco movimientos, arropado por acordes muy densos, casi impenetrables, gracias a la utilización extensa del microtonalismo.
El resultado es de un altísimo impacto emocional en la audiencia, tal como pudieron comprobar los asistentes al concierto que el Jerusalem Festival Chamber Ensemble dio el lunes dentro de la Temporada de la Fundación Beethoven. Elena Bashkírova, en el piano y la dirección, Michael Barenboim y Axel Wilczok en violines, Madeleine Carruzzo en viola y Timothy Park en chelo, mostraron que tienen bien madurada esta obra y lograron con su sonido que un Teatro Municipal de Las Condes atendiera en silencio concentrado como pocas veces, desde el inquietante vals del segundo movimiento, hasta el final, luminoso, con una frase repetida una y otra vez en el piano mientras el resto del conjunto recuerda trozos de la obra, como si se tratara de un recuento vital.
El resto del concierto también estuvo conformado por otras piedras angulares de la música de cámara: el Cuarteto con piano Nº1, en Sol menor, K. 478 (1785) de Mozart, cuya apertura sólida, al unísono, fue bien servida por el conjunto, lo mismo que el desarrollo de ese movimiento con armonías muy adelantadas a su tiempo; el Cuarteto para cuerdas Op. 28 (1936-38) de Anton Webern, última pieza de cámara del compositor, depurada en su ascetismo y condensación de ideas. Los intérpretes frasearon de la manera más musical una pieza cuyo goce sigue pareciendo más intelectual que sensible.
Para el final, el Quinteto en Mi bemol mayor Op. 44 (1842) de Schumann, obra maestra del genio alemán y canónica del repertorio. Aquí el Ensemble se escuchó muy a sus anchas: el Allegro brillante , energético y optimista; la marcha fúnebre del segundo movimiento, con claras reminiscencias del Trío Nº2 de Schubert al que le hace homenaje, que se tocó de manera más puntillosa que las versiones al uso, y el Scherzo y el Allegro final , muy conseguidos.
Bashkírova y su Ensemble hacen un gran conjunto, tal vez no todavía con la madurez de esas agrupaciones más estables en el tiempo, pero con una energía que resalta los contrastes dinámicos y que logró impactar con un programa que satisfizo en su rotundidad.