Ahora que el planeta entero comienza a girar en torno a la pelota -redonda como la Tierra-, me ha dado por acordarme de un detalle que, a lo mejor, no es meramente anecdótico: dos de los más grandes intelectuales del siglo XX fueron futbolistas. Me refiero a Jacques Derrida y a Albert Camus. Derrida, el filósofo de la "deconstrucción" -que terminó aclamado como una especie de estrella del rock de la filosofía en los campus norteamericanos-, soñó en algún momento de su adolescencia con dedicarse profesionalmente al fútbol. Pero entonces descubrió los libros, fue aceptado en la Ecole Normale Supérieure de París, la prestigiosa "Normale Sup" -donde se forma, desde hace un par de siglos, esa élite intelectual que le ha dado a Francia un lugar en el mundo-, y el resto es historia conocida.
El caso de Camus es quizá el más singular, en el sentido de que el autor de El mito de Sísifo fue un verdadero futbolista. Argelino como Derrida, Camus nació en una familia pobre de Orán, en la Argelia francesa, y durante sus años de juventud fue una de las estrellas del Racing Universitario de Argel, el R.U.A., hoy desaparecido. Comenzó como arquero -recuerda Eduardo Galeano-, por la sencilla razón de que es el puesto en el que menos se gastan los toperoles. Y Camus era tan pobre que no se podía permitir gastar el único par de zapatos de fútbol que tenía. Él mismo ha recordado que su abuela se los revisaba todas las noches, y que la señora lo tenía amenazado con una paliza si los estropeaba antes de tiempo (¿serán todas las abuelas de los arqueros igual de estrictas?). En todo caso, la portería fue, como él mismo ha escrito, su primera escuela de vida. "Aprendí de inmediato que la pelota no llegaba nunca del lado que uno creía. Me sirvió en la existencia y, sobre todo, en la metrópolis, donde nadie es directo". Tomen nota los escritores de provincias que pretenden conquistar la capital: unos añitos al arco pueden allanar mucho el camino.
Más tarde -cuando, a lo mejor, los zapatos ya no eran un problema- el joven arquero dejó la portería y se transformó en uno de los mejores centrodelanteros del R.U.A. Estaba en vías de lograr el sueño de su infancia: ser una estrella del fútbol, pero una tuberculosis lo alejó definitivamente de las canchas. Lo que el mundo del fútbol se perdió lo ganó la filosofía y la literatura. Camus cambió los toperoles por la pluma, fue sobre todo periodista, autor de teatro, filósofo, militante de una solidaridad nueva entre los hombres, fundada en un humanismo crítico, y en 1957, con tan sólo cuarenta y cuatro años, recibió el Premio Nobel de Literatura.
Camus, que describió el sentimiento del absurdo como la falta de respuesta del mundo ante la interrogante del hombre, también escribió y habló sobre fútbol durante toda su vida. Cuando su amigo Charles Poncet le preguntó qué habría elegido, entre el teatro y el fútbol, si la salud lo hubiese acompañado, contestó: el fútbol, sin lugar a dudas. También le habló de la especial soledad del delantero ante el arco rival: el delantero -como el escritor, como el filósofo- está solo, sabe que tiene que actuar y que, de lo que haga, depende en buena medida la suerte del grupo. El delantero -como el escritor- no puede no actuar, sabe que su acción es imperativa porque precisamente es un hombre entre los hombres. Soledad y solidaridad: el futbolista y el escritor "escriben" -uno con la pelota, el otro con sus ficciones- verdades parciales, fragmentarias, inestables, pero que "ayudan" al grupo, ¿qué otra cosa es el disparo al arco que sella una victoria?, ¿qué otra cosa es una ficción en la que los lectores se reconocen, se "leen"? Camus lo formuló así: "Tras muchos años en los que el mundo me ha brindado innumerables espectáculos, lo que finalmente sé con mayor certeza respecto de la moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo al deporte, lo aprendí en el R.U.A.". Y también: "No hay un solo lugar en donde el hombre sea más feliz que en un estadio". Que disfruten del Mundial.